"Y
donde haya crimen, el hacha caerá". William Shakespeare
Tal
como se preveía, el jueves y bajo una enorme presión social, el Consejo de la
Magistratura dispuso finalmente la realización de una auditoría en los juzgados
federales penales para determinar, en cada causa por corrupción, si ha habido
demoras injustificadas -es decir, protección judicial a los delincuentes- en su
tramitación. Por la renuncia de Oyarbide, cuya actuación podrá ser revisada por
su comisión de muchos delitos, hubiera debido modificar el título de la
película de Aldrich, ya que los magistrados que ocupan los despachos de
Comodoro Py son ahora once; varios de ellos deberían dejarse la barba, como ya
hizo Casanello, para poder ponerla en remojo.
Por
mi parte, espero que esa auditoría se extienda a la Cámara Federal de
Apelaciones, donde los integrantes de la Sala I, Ballestero y Freiler, son
verdaderas lacras; el último, en particular y con menos "inocencia"
que la que demostró el Juez Martínez de Giorgi al descartar rápidamente una
denuncia por enriquecimiento ilícito, debería explicar de dónde sacó el dinero
para construir la mansión-bunker de la esquina de Villate y Catamarca, frente a
la residencia presidencial de Olivos, y para comprar el barco y los automóviles
fantásticos que integran su colección y su tropilla de caballos de carrera. Y,
por supuesto, ampliarla también a todos los verdaderos asesinos togados que,
mediante procesos fraguados y utilizando testigos amañados, mantienen en
prisión a dos mil militares y civiles que cometieron el incalificable crimen de
defender a la Nación, y que han matado ya a cuatrocientos en cautiverio.
Los
probos magistrados de la Sala II apretaron fuertemente a don Tortuga para que
avance, de una buena vez, en la investigación sobre Cristina Elizabet Fernández
y su entorno familiar. Pero no fue sólo esa la única mala noticia que recibió
la emperatriz de Calafate en la semana: Bonadío allanó propiedades y oficinas
vinculadas a la ex Presidente y a su hijo, y encontró aún más pruebas de las
vergonzosas relaciones de éstos con pseudo empresarios como Lázaro Báez y
Cristóbal López, lo cual aproxima mucho a los Kirchner a las rejas carcelarias.
Todo
esto vale aún más para el actual gobierno, ya que la ciudadanía ha elevado la
vara con que se medirá su decencia y su transparencia. Macri terminó con la práctica
de enviar sobres desde la SIDE a Comodoro Py y, también -sea por voluntad
propia, sea por el feroz ataque de Lilita Carrió-, con la costumbre de tener
"operadores" judiciales; así, los jueces federales han quedado
librados a su suerte y, en defensa propia, han desatado el tsunami que hoy
inunda páginas y pantallas. Contra el natural escepticismo de la población,
acostumbrada desde siempre a que los poderosos zafen, estoy convencido que esta
vez el proceso resultará imparable, aunque la gigantesca ola se deba llevar
puestos no sólo a funcionarios de toda laya sino, como sucedió en Italia y pasa
hoy en Brasil, a muchos grandes empresarios, cómplices esenciales de la
monumental corrupción y del saqueo más desaforado.
Los
papelones de Méndez (ex titular de la UIA) y Chediak (Presidente de la Cámara
de la Construcción), que licuaron ante los jueces sus confesiones públicas, no
hicieron más que ratificar la catadura moral de nuestros maravillosos
"capitanes de la industria". Para justificar el pago de las
escandalosas coimas, transformadas en gigantescos sobreprecios para el Estado,
alegan que una negativa a la presión de los funcionarios implicaba la
imposibilidad de trabajar, y recurren al efecto que eso tendría sobre el
empleo. Es el mismo argumento extorsivo que utilizaron históricamente para
obtener del Estado prebendas y protecciones aduaneras que siempre redundaron en
perjuicios para la sociedad obligada, por los sucesivos cepos al comercio
internacional, a comprar malo y caro.
Todos
ellos, cegados por la desmesurada apetencia por el dinero, prefirieron olvidar
que sus robos tenían una trágica contrapartida: los "negocios" de
Néstor, Jaime y los Cirigliano asesinaron a cincuenta y un argentinos en Once,
los chicos mueren por desnutrición, la población carece de agua potable y de
cloacas, las escuelas se caen a pedazos, los hospitales carecen de lo más
elemental, no tenemos luz ni gas, millones de jóvenes han perdido la cultura
del trabajo y son presa del narcotráfico, y los más humildes pierden sus magros
ingresos buscando una esperanza en los cientos de casinos y bingos instalados
en toda la geografía nacional.
Entrando
ahora en el terreno económico, que tanto nos preocupa a todos, Gobierno
incluido, me parece que a pesar del excesivo optimismo oficial y de su pecado
de pronosticar fechas para el resurgimiento, el panorama es mucho mejor que lo
que percibe la sociedad. La inflación ha comenzado a ceder y el campo, una vez
más, se ha transformado en motor del despegue; la bonanza se ha trasladado a
los pueblos y ciudades del interior, donde no sólo las fábricas de maquinaria
agrícola están trabajando a todo vapor, ya que sus ventas crecen
geométricamente, sino que se ha recuperado la actividad en todos los comercios,
desde tiendas hasta restaurantes, desde ferreterías a librerías.
Es
cierto que las economías regionales aún sufren enormemente, pero su
recuperación no debiera depender tanto de las medidas oficiales de promoción
sino del valor que puedan agregar a sus producciones. Argentina, precisamente
por su ubicación geográfica de contraestación respecto a los mercados
centrales, está en condiciones óptimas para ofrecer a éstos alimentos
procesados, con extrema calidad y con buen diseño en sus envases; es decir, no
debe limitarse a las exportaciones primarias sino que debe llegar a las
góndolas europeas y norteamericanas para ofrecer, por ejemplo, excelente
producción orgánica, que tiene precios que superan en mucho (30/50%) a la
tradicional.
Para
concluir, un breve párrafo sobre otro problema crucial de nuestro país: la
educación de calidad. El empleo privado en el sector de mayor requerimiento
tecnológico no crece por la inexistencia de postulantes que puedan acceder a
él. Alieto Guadagni lleva años predicando en el desierto y mostrando, por
ejemplo, qué pocos ingenieros se gradúan en comparación con los abogados y
contadores, que forman nuestras universidades. Cuando recordamos que, por obra
de Domingo F. Sarmiento, Argentina no tenía analfabetismo en 1880 y hoy quienes
ingresan a los claustros ni siquiera comprenden lo que leen, no podemos menos
que llorar. Lo que todos hemos hecho, por acción u omisión, en esta materia ha
sido un suicidio colectivo.
Es
mucho, muchísimo, lo que las actuales generaciones deberán hacer para volver a
ser nación pero deberán empezar, conjuntamente con el saneamiento judicial y la
inaplazable regeneración moral de nuestra corrupta sociedad, por encarar
seriamente el tema de la educación. Sin eso, Argentina no tendrá futuro alguno
ya que la presente centuria es, sin duda, el siglo del conocimiento.
Bs.As.,
3 Jul 16
Enrique
Guillermo Avogadro
Abogado
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