200 AÑOS UN PUNTO DE LLEGADA Y UN PUNTO DE PARTIDA
Por Monseñor Martín Fassi, Obispo Auxiliar de la Diócesis de San Isidro
Estamos celebrando el Bicentenario de la Patria; tiempo de encuentro
para los argentinos, tiempo de reflexión, tiempo de volver a nuestras raíces, a
lo que más nos identifica. Los Obispos en la Argentina quisimos dejar una
palabra que aporte a la reflexión de nuestra Nación.
Desde nuestro lugar de pastores queremos, iluminados por el Evangelio,
dar un aporte en el camino de una construcción común. Tomamos la Casa de
Tucumán como la casa de origen de nuestros ideales como Nación y como Patria.
En el texto que quiero compartir brevemente con ustedes, encontramos frases
que nos pueden ayudar mucho:
“Queremos dar gracias por el legado que nos dejaron nuestros mayores.
Interpretar nuestro presente a la luz de nuestra fe y decir una palabra
esperanzadora, siempre iluminada por el Evangelio para abrir el futuro para una
Argentina fraterna y solidaria, pacificada y reconciliada; condiciones capaces
de crear una Nación para todos”.
Para reconstruir la Nación necesitamos tener una mirada hacia el pasado,
que nos ayude a hacer memoria de nuestras raíces para lanzarnos al futuro desde
este presente que es lo más real que tenemos. La Patria la vamos a construir
así, como estamos hoy, desde nuestra realidad. Por eso, dialogar desde la
realidad que nos incumbe a todos, es el mejor modo de empezar a construir.
También decimos: “La Nación independiente y libre se gestó en una
pequeña provincia de la Argentina profunda. Los congresales hicieron de una
casa de familia, un espacio fecundo donde se desarrolló una auténtica
deliberación parlamentaria. Esta casa, lugar de encuentro, de diálogo y de
búsqueda del bien común, es para nosotros un símbolo de lo que queremos ser
como Nación”.
La imagen de la casa puede ayudar mucho, la casa común.
En la vida cotidiana hablamos de la casa de nuestros abuelos por
ejemplo, es la casa común; nos queda un poco lejana pero siempre vamos hacia
ella como para recuperar el origen y la identidad.
Desde el origen de nuestra independencia, entre los congresales que
estaban reunidos en la Casita de Tucumán, había muchos laicos comprometidos;
cristianos comprometidos con su fe, creyentes que desde el inicio de la Patria
quisieron dar el aporte y dar la identidad de valores evangélicos.
El Evangelio tiene mucho que ver con la construcción de una Nación. Podríamos
decir que si separamos Nación de Evangelio, de valores evangélicos, tenemos más
dificultades para poder encontrar y encontrarnos en la gestación de una casa
común; el Evangelio nos da nuestro aporte de nuestra capacidad de diálogo.
En la casa hay muchos habitantes. También decíamos, en el texto que
compartimos: “No hay plena democracia sin inclusión e integración, esta es una
responsabilidad de todos, en especial de los dirigentes. Una democracia sana
supone la participación de todo el pueblo”.
Una casa está habitada por la familia, la cual se organiza dentro de la
casa porque a la ella le conviene cuidar y guardar la casa porque es el lugar
donde se habita; es el lugar seguro, es el lugar donde nos desarrollamos y en
la familia cada uno tiene su rol, cada uno tiene su función, cada uno tiene su
servicio.
Cuando salimos de ese lugar todo se confunde; cuando permanecemos en el
lugar de nuestro servicio, de nuestro aporte, todo se construye, y en la casa
siempre son más protegidos los pequeños, los frágiles, los menores, que son
cuidados hasta que por ellos mismos puedan caminar y desarrollarse.
Así la familia va creciendo y el que crece, va tomando también diversos
roles. Y en nuestra Patria cada uno de nosotros deberíamos preguntarnos “¿Cuál
es mi rol para el bien común? ¿Cuál es mi aporte al bien común?”. Porque si en
una casa hay alguien que no colabora a todos los otros les llama la atención, y
todos los otros le reclaman participación, pero también es necesario que cada
uno tenga la oportunidad de participar. El otro, en una familia, siempre está
llamado a ser un bien para los otros, para la familia común. El otro es un bien
que se me da para mi propia capacidad de desarrollo; con el otro necesito
construir la Patria. El otro es todo otro, porque si hay un otro que no entra
en la familia, entonces ese otro que queda afuera, deja de ser Patria, y en una
casa buscamos que todos puedan entrar. Una familia que es verdadera familia,
siempre busca que el otro tenga su lugar. En una familia también nos enojamos,
nos peleamos y discutimos, por eso la necesidad del diálogo y de la
reconciliación.
Es difícil el perdón, es difícil la reconciliación, es difícil encontrar
miradas comunes cuando hay miradas muy divergentes; pero construir la familia
en una casa es procurar, lo más posible, que podamos encontrar puntos en común.
Decíamos también: “La democracia alcanza su pleno desarrollo cuando todos
asumen el bien común como intención primera de su obra”, es decir, el bien
común es primero a mi propio bien particular.
En el sueño que yo tengo de Patria y de Nación, tengo que incluir el
sueño de los otros, y que también así como hago el esfuerzo de realizar mi
propio sueño, también tengo que tener la intención profunda y decidida de realizar
el sueño del otro. La Patria es del otro, la Patria es el otro, la Patria soy
yo. Nos necesitamos los unos de los otros; eso es el desarrollo del bien común.
“En este punto podemos hacer referencia al cuidado de la vida más
frágil; la presencia de ancianos en la familia o la relación cercana con ellos;
las dificultades que viven muchas familias como la falta de perdón, la
inmadurez, la pobreza. Destacamos la necesidad de sanar heridas familiares”.
La gran familia de la Patria se construye por la suma y por la
articulación de las familias, de las pequeñas familias en la que cada uno de
nosotros nacemos.
Habría mucho más para decir, habría mucho más para compartir; son pistas
para poder reflexionar La capacidad de
integrar especialmente a los más pobres y especialmente a los empobrecidos; la
capacidad de dialogar para que la opinión del otro pueda ser real aporte y
complemento a mi propia opinión. La necesidad de reconciliación para que
tengamos paz dentro de la casa y volver, todos los que somos creyentes, a las
raíces de los valores evangélicos donde tenemos un camino seguro de encuentro y
de entendimiento.
9 de julio celebramos el Bicentenario de nuestra independencia. Celebrar
es un punto de llegada; hemos vivido, celebramos. Quizás podamos decir: “Nos
sorprendió este 9 de julio, no hemos reflexionado lo suficiente. Desde el
Bicentenario del 25 de mayo al Bicentenario del 9 de julio, en estos seis años
¿nos hemos preparado para celebrar este día? ¿Hemos reflexionado lo suficiente?
Hemos vivido muchas cosas".
También podemos ver -porque tenemos tiempo-, de mirar la celebración
como punto de partida. Podemos proyectar, si creemos; podemos seguir soñando,
si esperamos.
La Patria la celebramos; también es verdad que la Patria nos duele, pero
es la nuestra, es la que tenemos; es la que Dios nos ha dado; es la que
nuestros mayores han construido para nosotros en ese sentido, es nuestro
legado. Y habla bien de nosotros cuando tomamos el legado, nos hacemos cargo de
él y nos lanzamos hacia adelante.
Que Jesús, que es el Señor de la historia, nos ayude a seguir caminando,
a seguir sanando lo que nos duele de la Patria; a seguir celebrando lo que nos
alegra de ella, y a seguir esperando lo que ella nos promete. Que Jesús, Señor
de la historia nos acompañe en nuestro caminar.