A cuarenta años del histórico abrazo Perón-Balbín
Hay cuatro circunstancias
históricas que para mí constituyen una suerte de base para un programa común
para la sociedad argentina: la Declaración de Independencia de 1816, el
Preámbulo de la Constitución de 1853, el abrazo de Perón y Balbín el 19 de
noviembre de 1972 y la conformación de la Multipartidaria en 1982, antes del
retorno de la democracia.
Lo común a estos hitos de
nuestra historia es que cada uno de ellos vino a cerrar largos períodos de
conflicto y de enfrentamientos, con oscuridad y culpas compartidas.
El único de todos estos
hechos que no precisó de ningún texto explicativo o de reafirmaciones
periódicas fue el abrazo entre Perón y Balbín, porque el significado de este
símbolo representó más que cualquier declaración.
Durante los años
transcurridos desde la caída del gobierno de Juan Domingo Perón en el 55 hasta
el abrazo con Balbín, la pelea entre peronismo y antiperonismo en el país había
sido muy dura, y en ese período la Argentina se había convertido en una máquina
de perder oportunidades, circunstancia que nos había llevado, de ser el país de
la región con el futuro más promisorio, a convertirnos en la sociedad con más
frustraciones a cuestas.
Por eso el abrazo de Perón y
Balbín tenía y tiene un valor incalculable. Además de que es digno de rescatar
el hecho de que en ese gesto ninguno de los dos cedió o arrió sus banderas. Ni
Perón se volvió radical ni Balbín se transformó en peronista. No fue un acuerdo
electoral. Balbín siguió siendo Balbín y Perón fue más Perón que nunca.
La carga simbólica no pasó
por banderas arriadas sino por un mensaje a la sociedad: que en la política no
hay enemigos sino adversarios, que los dirigentes políticos se equivocan y
deben reconocer sus errores, que el bienestar de la sociedad debe estar siempre
por encima de las diferencias políticas y por encima de los dirigentes por más
importantes y encumbrados que estos sean.
En ese momento ambos líderes
supieron interpretar a la sociedad, entendieron que había que escuchar más y
hablar menos y que cuando la democracia es hegemonizada por dirigentes de
espaldas al pueblo se empobrece y pierde valor.
Hoy, cuatro décadas después,
no hay Argentina de progreso sin traer de la Historia lo mejor de Perón y lo
mejor de Balbín.
Después de aquella fecha
probablemente no hayan sido muchos los ejemplos o las réplicas a la altura de
este abrazo; salvo lo de la Semana Santa de 1987 no han abundado los hechos
similares.
Es más, en la historia
política reciente de la Argentina, sobran los ataques, las chicanas y las especulaciones.
Y faltan las muestras de
sensibilidad y acuerdo entre quienes, aun pensando distinto, debemos anteponer
el país a los intereses partidarios.
Homenajear a estos dos
dirigentes a pocos días del 8N, cuando la comunidad marchó en las calles, debe
servir para la reflexión, porque la gente le está pidiendo a la política más
hechos y menos discurso, más diálogo que monólogos, más apertura y trabajo
conjunto que cerrazón e individualismo.
Los problemas que tiene la
Argentina hoy son demasiado grandes para una sola persona y deberían ser más
fáciles de resolver con un diálogo franco y con el espíritu abierto.
Así como antes del 72 se
habían desaprovechado enormes potencialidades, ahora nos sucede lo mismo:
estamos perdiendo oportunidades y las están aprovechando otros.
La Argentina de hoy, y
especialmente la Argentina de los próximos años, necesita de más abrazos y más
gestos como el de Perón y Balbín.
Ernesto SANZ