Este lunes sorprendió la noticia de que el avión privado del controvertido empresario kirchnerista Lázaro Báez descarriló y se prendió fuego cuando intentaba levantar vuelo, en la pista del aeródromo de San Fernando.
Un defecto en las turbinas –que está siendo investigado- truncó su viaje a Santa cruz y lo dejó en tierra, generando una imagen fuerte: la aeronave, vinculada a uno de los más grandes escándalos políticos de la década, se incineraba ante la mirada atenta de los peritos. La gendarmería se hizo cargo de su custodia, lo que llamó poderosamente la atención y evocó el fantasma del atentado.
Se trata de la misma avioneta que hace algunos años (2013) fue sindicada como el vehículo que transportaba dólares a Montevideo, producto de operaciones de lavado de dinero presuntamente ordenadas por el expresidente Néstor Kirchner. Al menos, según la historia que contó la dupla financista integrada por Leonardo Fariña y Federico Elaskar, que desató la causa denominada “Ruta del dinero K”.
También es el jet que había sido propiedad, previamente, de los hermanos Eduardo y Gustavo Juliá, condenados por tráfico de 944,5 kilos de cocaína, valuado en 32.116.000 euros, a España. En ese entonces fue bautizado como “narcojet”. Por ese delito fue condenado injustamente el piloto, Matías Miret, que fue liberado luego de pasar dos años en presión.
Ahora, a seis días de las elecciones, el aparato del empresario amigo de Néstor y Cristina, el mayor beneficiario de las obras públicas de Santa Cruz, el investigado por la causa Hotesur, se convierte en chatarra. Se va con ella la historia de diez años de misterioso crecimiento económico y marca el fin –con final abierto- de una etapa ávida de negociados sospechosos.
