Los
pacientes de la Casa de Convivencia recibieron con alegría al intendente
Tres historias de vida golpeadas por una
enfermedad mental en el pasado, hoy conviven felizmente bajo un mismo techo en
San Isidro. Y derrumban el estigma social que el imaginario colectivo construye
sobre pacientes con padecimientos mentales.
Así
lo sienten Miguel Navarro (56), Alejandro Badano (49) y Nicolás Caballero (32),
quienes habitan la Casa de Convivencia en Boulogne: un programa de recuperación
social que desde 2007 sostiene con éxito San Isidro, una experiencia única
entre los municipios de la Provincia de Buenos Aires.
Mientras
comparte una larga y distendida charla -entre mates, facturas y risas- con los
pacientes, el intendente Gustavo Posse, de visita en el lugar, afirma: “Me
encontré con personas muy inteligentes que estuvieron en neuropsiquiátricos y
hoy avanzan en el camino de la reinserción social y laboral”.
La
Casa de Convivencia es parte de un convenio que San Isidro firmó en 2005 con el
Hospital provincial Colonia “Dr. Domingo Cabred”, ubicado en la localidad de
Open Door (Luján). “Muchos municipios participaron de ese acuerdo, aunque San
Isidro es el único de la Provincia de Buenos Aires que lo mantuvo”, enfatiza el
intendente.
El
convenio estableció que cada municipio se comprometa en alquilar una casa para
los pacientes, además de brindar contención y seguimiento médico. Y que el
Ministerio de Salud provincial aporte una pensión y medicación a los externados.
Pero
como retirar los psicofármacos implicaba un riesgo para los pacientes, ya que
debían viajar 70 kilómetros hasta Open Door, el Municipio se hizo cargo también
de ir a buscar la medicación allí, una vez al mes, con médicos residentes de
psiquiatría del Hospital Central de San Isidro.
Miguel,
Guillermo Belaga (médico psiquiatra), Alejandro, Nicolás y Posse
Miguel,
Alejandro y Nicolás
Con
características de buenos anfitriones los pacientes sirven café y medialunas a
sus invitados: Posse y el Jefe de Salud Mental del Hospital Central de San
Isidro, Guillermo Belaga, uno de los artífices de este proyecto.
“No
estamos locos como muchos nos estigmatizan”, lanza Alejandro, dueño de un gran
sentido del humor. “En la calle veo comportamientos de la gente y pienso que
muchos deberían estar acá con nosotros”, bromea. Y cuenta que le gusta ir al
gimnasio y estudia computación para reinsertarse laboralmente.
Lejos
de la marginalidad y el abandono por el que pasó, Alejandro suma: “Llevamos una
vida normal como cualquier ciudadano, nunca tuvimos problemas con los vecinos
del barrio. Tenemos una relación excelente entre los tres. Es muy importante el
apoyo que nos dan los especialistas médicos del Hospital Central. Así, se puede
salir adelante”.
Miguel,
el primero que llegó a la casa allá por 2007, está en segundo año del
secundario nocturno. “Es tan lindo estar acá que cuido esta casa como si fuera
mía. Viví una realidad de mucha confusión y rechazo, pero cuando alguien te
cuenta que las cosas pueden ser diferentes y eso sucede todo se vuelve
agradable”, asegura.
“Mi
desafío es que llegue noviembre y pasar a tercer año”, sueña Miguel, que a
menudo sale de la casa para hacer trabajos de pintura. “Siento una gran
satisfacción que otra persona confíe en mi trabajo”.
Nicolás
(último en llegar a la casa) no tiene padres. Cuando salió de Open Door estuvo
viviendo en lo de algunos parientes, pero no había suficiente espacio físico
para él. Por medio de la ONG APEF (Asociación de familiares de pacientes que
padecen esquizofrenia) llegó a Belaga y rápidamente se adaptó a sus compañeros
en la Casa de Convivencia.
Asiste
a talleres de carpintería, huerta, computación y cocina. Es de pocas palabras,
pero hábilmente emplea aforismos para explicar su realidad: “En esta casa mi
vida cambió de la noche a la mañana”, ilustra.
Y
sigue: “Los sábados voy a visitar a mis parientes para mantener los lazos
familiares. Es que si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña.
Nunca hay que bajar los brazos, porque después de la tormenta siempre sale el
sol”.
Los
habitantes de la Casa de Convivencia despidieron afectuosamente a Posse
Finalizado
el encuentro, Belaga cuenta que estos pacientes estaban internados en lo que
antiguamente se denominaba manicomios, y que el Municipio apostó a que puedan
vivir más dignamente en una casa de un vecindario común.
“La
Casa de Convivencia es un mensaje muy positivo hacia la sociedad en cuanto a
que es posible recuperarse del sufrimiento mental, así como también generar
políticas de Estado a favor de la salud mental”, enfatiza el especialista.
No
todo es alegría al recibir el alta de internación. “Hay pacientes que sus
familias los vuelven a alojar. Pero en muchos casos no tienen dónde ir y
justamente es cuando más contención y seguimiento necesitan, ya que continúan
medicados”, contextualiza Belaga.
Otra
apuesta fuerte del proyecto es que en la casa no haya enfermeras. “Porque de
alguna manera estaríamos prolongando el clima hospitalario. Buscamos armar un
conjunto de pacientes que puedan estar solos y que ellos mismos sean los
responsables de tomar la medicación, por ejemplo. Hay pacto mutuo de respeto
entre ambas partes”, asegura,
A
diez años de esta iniciativa la idea funciona a la perfección. “Si a estas
personas les damos un contexto social de inclusión seguramente tendrán un buen
pronóstico”, remata Belaga.