Hasta hace unos meses el
atraso cambiario suscitaba preocupación porque erosionaba la competitividad y
alimentaba la especulación financiera. En los últimos meses las polémicas se
generaron por el repunte del dólar y su posible impacto en los precios. Estas
miradas contradictorias son la consecuencia de poner la atención en lo
accesorio en lugar de hacerlo en lo principal, que es el equilibrio de las
cuentas públicas y una mucha mejor calidad en la gestión del Estado.
El dólar llegó a los $18
generando polémicas y preocupación. Los medios de prensa alertan sobre los
impactos en la inflación. En los mercados financieros, la preocupación viene
por el lado de que se esfumaron buena parte de las ganancias especulativas
obtenidas en meses anteriores. Con la suba del dólar se perdió gran parte de la
rentabilidad generada con la especulación financiera de invertir en títulos
públicos con altas tasas de interés y sin riesgos que emite el Banco Central
(las LEBAC) que luego se convierten a dólares.
Resulta curioso que hasta
hace algunos meses, antes de que el dólar subiera, su estabilidad también era
motivo de polémicas y preocupación. Aquí la causa de la consternación era que
su inmovilidad generaba retraso cambiario con impactos negativos para la
competitividad de la producción interna en beneficio de la especulación
financiera.
Frente a visiones tan
contradictorias resulta pertinente comparar la evolución del dólar, el
rendimiento de las colocaciones financieras sin riesgos que posibilita el Banco
Central y la inflación. Según datos del Ministerio de Hacienda, el Banco
Central y el INDEC se observa que entre enero y lo que va de agosto se
registraron las siguientes variaciones:
El dólar pasó de $15,9 a $18
o sea subió 13%.
La inversión sin riesgo que
emite el Banco Central (las LEBAC) rindió 14%.
La inflación en el período
fue de 12%.
Estos datos muestran que la
importante suba del dólar observada en los últimos meses sólo permitió
compensar el retraso que la divisa norteamericana traía respecto al aumento del
rendimiento de las inversiones sin riesgo que ofrece el Banco Central y la
inflación. De hecho, el dólar cayó un 4% entre enero y mayo y subió un 18%
entre mayo y lo que va de agosto. De esta forma, la suba del dólar vino a
eliminar buena parte de la rentabilidad financiera que obtenían los especuladores
con el dólar fijo y a reducir el atraso cambiario que se venía acumulando
respecto de la inflación. Dicho de otra manera, la suba del dólar de los
últimos meses permitió alinearlo con el resto de las variables económicas.
Más aún, sería deseable que
esta sincronía se mantenga en los próximos meses. Es decir, que el dólar suba a
un ritmo similar a la tasa de interés que paga la inversión sin riesgo que
ofrece el Banco Central (LEBAC), para evitar la especulación financiera, y a la
inflación, para evitar el atraso cambiario. En este sentido, hay que asumir que
mucho más importante como determinante de la inflación y la producción es la
política fiscal (el déficit fiscal) que la política cambiaria (el dólar) o
monetaria (la tasa de interés del Banco Central).
En países vecinos, como
Chile o Uruguay, el dólar sube y baja sin que se generen la preocupación y
polémicas que se suscitan en la Argentina. La explicación es que en esos países
se observa una situación fiscal mucho más ordenada que en la Argentina, lo que
quita presión a emitir moneda para financiar déficit fiscal o a endeudarse de
manera no sostenible. Dicho de otra manera, lo que causa inflación y retardo en
el crecimiento en la Argentina no es el dólar ni la tasa de interés sino el
exceso de gasto y desorden del sector público. Por eso, que el dólar se mueva a
ritmo similar al resto de las variables no debería causar preocupación. Lo que
debería preocupar a la población y ocupar al sistema político es el cansino
ritmo con que el sector público aborda la desafiante tarea de reducir su gasto
improductivo y mejorar la calidad de su gestión.
Para erradicar la inflación,
no hay que mirar al dólar sino modernizar al Estado. No se trata de apelar a
las tradicionales recetas de “ajuste” sino trabajar con intensidad e
inteligencia en mejorar la organización del sector público. Entre lo más
importante, hay que reformar el sistema impositivo, de coparticipación federal
y previsional, revisar excesos de empleo público, acelerar la reducción de
subsidios a los servicios públicos y eliminar la multiplicidad de programas
nacionales que se superponen con funciones provinciales y municipales. En lugar
de seguir enfatizando la gradualidad como virtud, hay que poner la prioridad en
el sentido estratégico y en la innovación en la gestión del Estado.
Fuente: IDESA