"No es la falta de amor, sino la falta de amistad
lo que hace matrimonios infelices"- F. Nietzsche
Lejos de lo que muestran las
telenovelas pochocleras mexicanas o coreanas, las películas cada vez más vacías
de contenido y el material pseudo biográfico que difunden los medios de
espectáculos sobre la vida íntima de las parejas famosas, el amor, en su esencia
más pura, no es una idealización de la perfección, sino más bien una aceptación
consciente y voluntaria de las imperfecciones de la persona que hemos elegido
querer. Esta concepción del amor nada tiene que ver con las fantasías
románticas que tanto entretienen, pero que nada tienen que ver con nuestra
realidad, puesto que encuentra su fundamento en la facticidad de la
cotidianidad de las relaciones entre los seres humanos concretos. Así lo
sostuvo el gran Jacques Lacan cuando explicitó que el amor es dar lo que no se
tiene a alguien que no lo quiere: el amor auténtico no se asemeja en absoluto a
la idealización de lo que creemos (o queremos) que el otro sea o debería ser,
sino en una aceptación honesta (y dificultosa) de quien realmente es.
Por su parte, el filósofo
tembloroso Žižek también analizó esta noción de amor afirmando que el
"amor verdadero" no es encontrar a alguien perfecto, sino ver perfectamente
a una persona imperfecta. Evidentemente, se trata de una reflexión que hace
foco en la crítica de la cultura y de la ideología, enfatizando que el amor
genuino implica ver y aceptar los defectos del otro, no como algo que debemos
soportar con dolor, sino como algo que asumimos amándolo y apreciándolo. Esta
aceptación, contrariamente a lo que sostiene la moda posmo progre del desapego
total, no es una resignación, sino una celebración de la humanidad del otro, de
su vulnerabilidad y autenticidad concreta.
"El verdadero amor
no es encontrar a alguien perfecto, sino ver a una persona imperfecta
perfectamente" Žižek
Realizar este análisis
filosófico no es sencillo, puesto que muchas veces caemos en la trampa de
idealizar a nuestras parejas, proyectando en ellas nuestras expectativas y
deseos más profundos. Generalmente, este tipo de idealización puede ser
inicialmente tóxica (nos "intoxica") puesto que crea una sensación de
euforia y conexión pretendidamente perfecta que, en el fondo, no existe (o dura
casi nada). Cuando surgen las imperfecciones (y esto es inevitable queridos
lectores) emerge inmediatamente el desencanto que para muchos seguidores de la
doctrina del descarte termina resultando devastador. Lacan nos advirtió sobre esto
al indicar que la idealización es una forma clara de negación de la realidad
del otro y, en última instancia, una forma de negar también nuestra propia
realidad.
El amor pretendidamente
auténtico es, entonces, un acto de valentía y un desafío a la correcta
tolerancia. Soportar a un imbécil que nos hace sufrir todos los días no es
amarlo, no. Estamos hablando de otro nivel de aceptación que no debe jamás
confundirse con sometimiento. Se trata de una decisión libre y consciente de
mirar más allá de las apariencias y las expectativas, aceptando al otro con
todas (o casi todas) sus imperfecciones y "defectos" como camino para
encontrar la belleza en lo mundano y lo originario, valorando esos pequeños
momentos y detalles íntimos que no permiten ser vislumbrados por la esfera de
lo público (y lo virtual). Visto así, el amor no está en la pompa del gran
gesto, el gran regalo, el brillo del éxito y la prosperidad económica y material,
no, sino en la valoración de momentos insignificantes para los otros, pero
sagrados para un "nosotros" dado que ellos son los que realmente
definen el vínculo amoroso.
"El amor es
siempre recíproco, aunque no sea correspondido" Lacan
Tal vez les haya parecido
trivial o demasiado ordinaria la escena de "Good Will Hunting", pero
en ella resuena poderosamente la verdad que nos recuerda que el amor verdadero
no es una cuestión que se debe encontrar en piezas de rompecabezas que encajen
perfectamente entre sí en nuestras fantasías, sino de apreciar a la persona de
carne y hueso que está frente a nosotros, con todas sus idiosincrasias y
peculiaridades que tal vez, para otros, sean desagradables pero, para nosotros,
son la belleza en sí. Este nivel de aceptación y apreciación de las
imperfecciones del otro es lo que hace que un vínculo se convierta en algo
genuino y duradero. Y algo es genuino duradero cuando en su transcurrir
temporal, no importa cuánto tiempo llevó, valió la pena en cada segundo.
Por su parte, Hannah Arendt en
la obra publicada recién en el año 2002 llamada "Diario filosófico",
expresa que el amor no es (solamente) un sentimiento íntimo entre individuos,
sino que también se trata de un impulso que nos lleva a salir de nosotros
mismos y a comprometernos con los demás en la construcción de un
"mundo" (o sea, un espacio compartido de significados y valores).
Para Arendt el amor auténtico implicaría un acto de revelación mutua en el que
cada persona se muestra tal como es, sin máscaras ni pretensiones, permitiendo
así una conexión genuina y una comprensión más profunda entre los amantes. En
este sentido, el amor no sólo nos uniría a nivel individual y personal, sino
que nos conecta con el mundo en su totalidad, enriqueciendo así nuestra
experiencia humana dándole sentido a una existencia crudamente finita.
El último aspecto arbitrario
que decidí incluir en el presente análisis es el de la gratuidad. Vivimos en
tiempos transaccionales en los cuales se pretende que "nada sea
gratis", todo parece tener un valor pecuniario o de cambio indispensable, promulgando
éticas de la reciprocidad que propician el individualismo rapaz y la codicia
atomizadora de cualquier posibilidad de verdadera unión entre los seres
humanos. Al respecto, un autor que no se encuentra ni cerca entre mis
favoritos, Erich Fromm, en su clásico "El arte de amar", enfatiza la
aceptación del otro "tal como es" afirmando que el amor inmaduro se
centra en la premisa "te amo porque te necesito", mientras que el
amor maduro debería sostener "te necesito porque te amo". Con este
ejemplo queremos señalar que la relación amorosa no debería buscar satisfacer
nuestras necesidades egoístas y egocéntricas, sino valorar y cuidar al otro en
su compleja totalidad, tanto con sus virtudes loables como con sus defectos (a
veces vergonzantes), dejando así de lado la paupérrima y tristísima tarea de
selección mediante criterios estrictamente materiales y/o estéticos puesto que,
como me enseñó mi madre desde pequeño "la belleza y la plata se van, el
tonto se queda".
Para finalizar, quisiéramos
recordar algo que decimos siempre de alguna manera más explícita hoy, más
implícita casi siempre: la autenticidad, en este caso del amor, reside en la
capacidad de aceptación y valoración de la persona tal como es, con todas sus
características sublimes como grotescas. Viéndolo así, no sólo honramos a la
persona que amamos, sino que también no permitimos experimentar un vínculo
humano que es profundo (o sea, que tiene sentido), real y verdaderamente
trascendente mediante el hermoso ejercicio cotidiano de abrazar lo quisquilloso
y evitar caer en la patética tentación de pensar que amar es un sentimiento
transaccional de conveniencia mutua.