«Un buen padre vale por cien maestros»
Jean Jacques Rousseau
Hoy quisiéramos invitarlos a reflexionar en torno a la tan bastardeada figura del padre, a saber, concretamente quien ejerce el rol de defensor y protector tanto de sus hijos como del "domus", la casa, en su generalidad. Bien sabemos que el vocablo "padre" proviene del latín pater, que no sólo denota una relación biológica, sino que también implica una serie de responsabilidades, obligaciones y roles concretos en la sociedad en la que esté inserto. Pues bien, en este sector del planeta tierra, festejaremos el día del padre el día domingo 16 de junio, y qué mejor excusa que ese día para poder pensar sobre el papel que desempeñan estos tipos en nuestras vidas particulares y en la comunidad.
Históricamente,
la figura de la paternidad ha sido entendida y valorada de diversas maneras,
desde las sociedades patriarcales de la antigüedad, pasando posteriormente por
la delimitación más concreta del jefe de familia, responsable del bienestar
económico de la casa y la toma de decisiones, como por ejemplo, en la Grecia
clásica en la cual los padres tenían la obligación de educar a sus hijos en
virtud, oficio y conocimiento, tal como lo señala Platón en su
"República":
"La
educación del niño debe comenzar desde el nacimiento y continuar hasta que se
convierta en un adulto bien formado y con una buena disposición para la vida en
comunidad." (Platón, "La República", Libro VII)
Aunque
Platón no se centra exclusivamente en la figura del padre, sus ideas sobre la
educación y la estructura social reflejan la importancia que le otorga a la
paternidad y al ambiente familiar en el desarrollo integral de una persona, o
como decimos en criollo "la primera escuela es la familia". No
debemos olvidar que para Platón la educación es fundamental para la posibilidad
de la existencia de una sociedad justa: los niños deben ser educados desde
temprana edad en valores, conocimientos prácticos y teóricos y virtudes
morales, en un proceso cuyo puntapié inicial es, sin lugar a dudas, el hogar.
Recordemos brevemente que en el famoso mito de la caverna, Platón describe cómo
los individuos deben ser guiados desde la ignorancia hacia la luz del conocimiento:
este "salir" de la oscuridad de la caverna puede interpretarse como
una clara metáfora de la educación y, por extensión, del rol parental en guiar
a los hijos desde la ignorancia inicial hacia la comprensión y la sabiduría.
Y
usted, amado lector, me preguntará ¿qué carajos tiene que ver Platón con el día
del padre? Y yo con cariño les responderé: mucho. Resulta que el padre no es
sólo un proveedor de techo, ropaje y alimentos (o cuotas alimentarias) sino que
también es, mal que les pese a "tantes", una guía moral e
intelectual. Esta responsabilidad intelectual del padre es crucial para el
desarrollo de los individuos puesto que si ello falla (y vaya que falla), éstos
no podrán ser ciudadanos que contribuyan positivamente a la sociedad en la que
viven. Ojo, a no confundirse: todos conocemos personas que han tenido una
pésima experiencia con sus padres, y aún así han podido prosperar, ser felices
y contribuir cada cual en su lugar. No queremos que esto se lea como una ley
general de la cual las cosas deban reflejarse, sino como la exposición
reflexiva de un rol que nos están haciendo creer que es innecesario (cuando
evidentemente, no lo es).
No
queda la menor duda de que cuando un padre actúa con justicia y sabiduría
contribuye significativamente a la formación ética de sus hijos. Evidentemente,
no da igual que nos haya criado un padre cariñoso y afectuoso, que se levantó
todas las mañanas de su vida, aún cuando el sol no despuntaba por el horizonte,
para ir a trabajar y así poder brindarnos no sólo los bienes y servicios
básicos, sino también lo más importante, su ejemplo claro que deja constancia
moral de que nada se consigue sin hacer nada, que todo tiene un valor cuando se
consigue con esfuerzo. Lo precedentemente señalado implica que la importancia
de la paternidad no radica jamás en la cantidad, sino en la cualidad: hasta en
la más extrema pobreza, un padre es, si quiere, modelo, ejemplo y fruto de
admiración de sus hijos. Lo que trasciende a la figura de proveedor es
justamente el papel de guía intelectual y moral que le abre a los hijos puertas
a futuro de una manera impresionante. Todos somos parte de una familia en la
cual un bisabuelo ni siquiera fue a la escuela, con suerte un abuelo terminó la
primaria, pero ya nuestros padres en su gran mayoría se cultivaron formalmente
y nos permitieron a nosotros hacerlo aún con más ahínco y especialización.
Evidentemente, no se trata del cuánto, sino del cómo: hemos sido testigos de
niños ricos que por la crianza banal de sus padres son "pobres
niños", como también de niños humildes cuya calidad de persona es más
noble que cualquier cortesano.
La
figura del padre como protector, proveedor y guía llevó a Sigmund Freud a
resaltar la figura paterna como un pilar en el desarrollo del superyó, a saber,
la estructura moral de la personalidad que se forma a partir de la
internalización de las normas y valores del padre.
"El
superyó se desarrolla a partir de la identificación con las figuras parentales,
primero y más prominente, con el padre. La severidad del superyó está
relacionada con la severidad y el tipo de la figura paterna." (Freud, S.,
"El Yo y el Ello", 1923).
Recordemos
brevemente que el concepto de superyó se forma en la fase edípica del
desarrollo, que ocurre aproximadamente entre los tres a cinco años de edad:
durante esa etapa, el niño experimenta el famoso "Complejo de Edipo",
caracterizado por un conflicto de deseos y rivalidad con el progenitor del
mismo sexo y una atracción inconsciente hacia el progenitor de sexo opuesto.
Pues bien, Freud sostuvo que a través de la resolución de este complejo, el
niño internaliza las figuras de autoridad y sus valores, especialmente los del
papá. El padre, por tanto, no es sólo un modelo a seguir, sino una figura cuyo
poder de autoridad se internaliza en el infante, ayudando así a formar el
superyó que lo guiará en su comportamiento ético y moral en el futuro.
Pues
bien, dicho todo esto es necesario proceder a explicitar que, en las últimas
décadas, ciertos discursos posmodernos han demonizado la figura del padre,
asociándose exclusivamente con el concepto de "patriarcado opresor".
Intelectuales serviles a las agendas de moda, como Michael Kimmel y Judith
Butler han criticado las estructuras "tradicionales" de poder y su
relación con la paternidad, aunque a menudo estas críticas no distinguen
claramente entre el ejercicio positivo y el abuso de la autoridad paterna. Por
ello, caros lectores, es importante no caer en la trampa progre de desvalorizar
la paternidad per se sin antes enfocar nuestras críticas a comportamientos
tóxicos puntuales (no generales, no universales como nos quieren hacer creer)
en el rol en sí mismo. El noble oficio de la paternidad, cuando se ejerce con
respeto, amor y responsabilidad, sigue siendo una fuerza sublime y necesaria
para el desarrollo integral de los individuos como de la comunidad toda ya que,
de acuerdo a nuestra cosmovisión, nadie está de sobra en este mundo, y mucho
menos nosotros, los papás.
Está
claro que la paternidad ha sido teñida como una institución obsoleta o
inherentemente opresiva, y está claro el por qué: la idea de las éticas
deconstructivas de agenda globalista siempre apuntan a la desintegración
social, cuya base angular esencial es la familia y todos sus componentes. Como
cualquier rol humano, claro, puede ser corrompido, pero en su más preciada
esencia, el papel del padre sigue siendo fundamental para la guía emocional y
moral de los hijos. En este día del padre, al menos yo, voy a celebrar y
reivindicar la figura paterna, reconociendo su importancia y defendiendo su
valor en un mundo que parece estar empeñado en diluir las rocas de nuestros
cimientos como civilización.