Ser periodista en Argentina hoy es ejercer un acto de resistencia democrática. Es sostener una linterna en medio de la tormenta, incluso cuando el viento del poder pretende apagarla.
No hablamos de un oficio, sino
de una vocación por lo público. Un compromiso con la verdad
incómoda, con preguntar lo que otros evitan, con desentrañar lo que se oculta
tras los discursos del poder. Esa tarea —ni "casta" ni
"mercenaria"— es un pilar de toda sociedad libre.
Hoy, cuando un presidente dice
que "no nos odia lo suficiente", no solo agrede a
periodistas: deshumaniza una función esencial. Convertir al
periodista en "enemigo" busca silenciar el disenso, corroer la
credibilidad de la prensa y debilitar el único contrapeso que vigila al poder
en tiempo real.
Pero este odio no nos define.
Nos define la ética de chequear cada dato, la valentía de investigar aun con
amenazas en redes, la responsabilidad de dar voz a quienes no la tienen. En un
país fracturado, el periodismo ético es el antídoto contra la
polarización salvaje: no toma banderas, sino que ilumina matices.
A quienes nos desprecian: no
necesitamos su amor. Necesitamos que respeten la Ley de Acceso a la
Información Pública, que cesen las estigmatizaciones desde cadenas
nacionales, que entiendan que una prensa libre no es adversaria: es
garantía de que la democracia respira.
A mis colegas: sigamos. Con
rigor, sin miedo, con la convicción de que cada palabra publicada en defensa de
los hechos, es un ladrillo en el muro que protege a la Argentina del
autoritarismo. El odio de los poderosos jamás apagará la necesidad social de
periodismo.
Porque ser periodista aquí y
ahora, es elegir ser guardianes de lo público, incluso cuando el precio sea
convertirnos en el blanco de quienes temen a la luz.
Con afecto
Román Reynoso, periodista