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20/11/25

A 180 años de la Vuelta de Obligado: la sangre en el Paraná y la deuda pendiente en el Atlántico Sur

La efeméride del Día de la Soberanía Nacional no debe leerse como una pieza de museo, sino como un espejo incómodo para la política actual. Del coraje de Mansilla a la tibieza diplomática reciente: por qué la batalla de 1845 marca el único camino posible para recuperar Malvinas.



Por Román Reynoso

Cada 20 de noviembre, el calendario argentino nos impone una pausa reflexiva que va mucho más allá del reordenamiento de los feriados turísticos. Al conmemorar el Día de la Soberanía Nacional, la memoria colectiva viaja obligadamente a 1845, a las aguas del Río Paraná, donde se libró la épica Batalla de la Vuelta de Obligado.

Sin embargo, reducir este hecho a una postal escolar sería un error garrafal. Aquel enfrentamiento desigual de la Confederación Argentina contra la coalición anglo-francesa —las dos superpotencias militares de la época— sentó un precedente de jurisprudencia y dignidad que hoy, casi dos siglos después, sigue siendo la columna vertebral de nuestro reclamo por el Atlántico Sur y las Islas Malvinas.



El cerrojo estratégico en el Nudo del Paraná

El casus belli que detonó la agresión europea no fue un malentendido diplomático, sino una firme decisión de Estado. El Brigadier General Juan Manuel de Rosas, a cargo de las Relaciones Exteriores de la Confederación, trazó una línea roja: la prohibición de navegar los ríos interiores (Paraná y Uruguay) a buques extranjeros sin la debida fiscalización nacional. No era un capricho; era una medida proteccionista para blindar las economías regionales frente al libre comercio depredador que Londres y París pretendían imponer a cañonazos.

El escenario elegido por el General Lucio Norberto Mansilla para frenar esta avanzada no fue azaroso. En la Vuelta de Obligado, a unos 150 kilómetros de Buenos Aires, el río se angosta y gira, obligando a las naves a reducir la marcha. Allí, con una inferioridad tecnológica abismal, la estrategia criolla suplió la falta de recursos con ingenio: tres gruesas cadenas cruzaron el cauce de costa a costa, convirtiendo al río en una trinchera.



Ganar perdiendo: la paradoja de Obligado

Desde una lectura puramente militar, los invasores lograron cortar las cadenas y forzar el paso tras horas de combate sangriento. Pero en la alta política, la victoria táctica europea se transformó en un desastre estratégico. La resistencia fue tan feroz y el costo económico y humano tan alto para la flota combinada, que la aventura comercial se volvió inviable.

El impacto político fue inmediato. La Confederación se abroqueló en una "entusiasta unanimidad". Desde el exilio, el propio General José de San Martín, quien no regalaba elogios, respaldó a Rosas y lo calificó como el "defensor de la independencia americana".

Aquella batalla forzó a las potencias a capitular en los papeles. A través de los tratados Arana-Southern (1847) y Arana-Lepredour (1850), Gran Bretaña y Francia tuvieron que reconocer lo que las cadenas habían gritado: que la navegación del Paraná era un asunto interno de la Argentina. Fue, quizás, el triunfo diplomático más rotundo del siglo XIX.



De las cadenas de hierro al petróleo de Malvinas

Aquí radica el nudo de la cuestión actual. El legado de Obligado no es historia antigua; es un manual de instrucciones para el presente. El principio que se defendió en 1845 —el control exclusivo sobre los activos geográficos frente a la presión hegemónica— es exactamente el mismo que está en juego en la disputa por los recursos hidrocarburíferos y pesqueros en torno a las Islas Malvinas.

La decisión unilateral del Reino Unido de explorar y explotar recursos naturales en una zona de litigio constituye un acto de provocación que reactiva la tensión histórica. Pero, a diferencia de 1845, la defensa de nuestra soberanía en las últimas décadas ha adolecido de una peligrosa "ambivalencia".

Es imperioso hacer autocrítica. La política de Estado argentina ha tenido oscilaciones lamentables, siendo el Acuerdo Petrolero de 1995 el ejemplo más crítico. Aquella estrategia de "seducción" hacia los isleños, que permitió discutir regalías, fue funcional a los intereses británicos de consolidar su presencia sin discutir la soberanía de fondo.

Un mandato de coherencia

La gran lección de la Vuelta de Obligado es que la soberanía no se negocia desde la sumisión, sino desde la firmeza. El sacrificio de 1845 se capitalizó porque hubo una voluntad política inquebrantable, respaldada por la unidad nacional.

Hoy, para obligar a la potencia ocupante a sentarse a negociar según la Resolución 2065 de la ONU, Argentina necesita recuperar esa consistencia estratégica. El 20 de noviembre nos recuerda que la autodeterminación exige un Estado robusto, capaz de traducir el espíritu de resistencia de un río estrecho a la inmensidad de nuestro Mar Argentino. Honrar a los caídos de Obligado no es solo izar una bandera; es no claudicar ante las nuevas cadenas, invisibles, pero igual de pesadas, que intentan condicionar nuestro futuro.


Roman Reynoso 2025

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