Al cierre de la masiva demostración pública
nacional del 8 de noviembre, los interrogantes no son tan numerosos como cabría
esperar. La Presidente -mal que le pese a muchos- jamás convocará al diálogo.
La participación ciudadana
durante el 8N fue masiva, de carácter nacional y declaradamente pacífica. Así
lo presentaron los hechos, y pocas discusiones caben al respecto. Centrarse en
el número de argentinos movilizados o en las carencias de liderazgo coincidiría,
sin más, con la óptica empleada por los personeros del Gobierno Nacional, que
solo exhiben la meta de tapar el sol con el dedo pulgar y modificar la realidad
para la propia conveniencia.
Conforme ya se había
anticipado por este medio desde redes sociales, el dato de color fue la
expresión masiva que se llevaría a cabo en las inmediaciones de la Quinta
Presidencial de Olivos. La multitud que se apersonó en el lugar constituyó la
prueba de que son los modos y la personalidad de Cristina Elisabet Fernández
Wilhelm [viuda de Kirchner] las variables que nuclean el mayor rechazo. Por si
ello fuera poco, allí están los porcentajes publicados por la encuestadora
Management & Fit, que sitúa el nivel de aprobación de la jefe de estado en
un magro 28%. De tal suerte que la primera mandataria se desliza rápidamente a
los veintidós puntos porcentuales que caracterizaban a la gestión De la Rúa,
momentos previos a la caída del ex presidente radical.
La concentración ciudadana
en Olivos -sitio desde donde Cristina Kirchner seguía las eventualidades del 8N
junto a Carlos Zannini y otros- sobresalió por la magnanimidad de los
presentes. Sería justo decir que estos, muy a contramano de lo que se pregonaba
desde la usina de propaganda oficial, le perdonaron la vida a la Presidente.
Jamás se propusieron oficiar de objetos de destrucción ni de putsch alguno con
el objetivo de obsequiarle un jaque mate a la viuda. Antes bien, de lo que se
trató fue de brindarle una última oportunidad a su Administración para que
ponga punto final a la soberbia, la corrupción rampante y la corrosión
programada de la libertad y las instituciones. Con el foco puesto especialmente
en la impunidad de la delincuencia y los desbarajustes montados
maquiavélicamente desde el poder en perjuicio de la economía. Otro detalle
destacó en medio del capítulo de la Quinta Presidencial: no existió ni el más
mínimo intento oficial por oponer resistencia a la aglomeración de ciudadanos
indignados. Será acaso porque esa posibilidad ya no existe. Las consignas divisionistas
de la Casa Rosada ya no prenden: no alcanzan siquiera para movilizar a la
propia tropa, y tampoco existirá contramarcha, porque las comparaciones sólo
devolverían más derrotas. De aquí al desbande, el trecho podría ser demasiado
breve.
Mientras tanto, la
espontánea epistemología del 13S y el 8N se ha anotado dos grandes logros. La
primera de esas movilizaciones alcanzó para que los diluidos embajadores del
cristinismo se llamaran a silencio con el soneto de la re-reelección de su jefa
política. El 8 de noviembre -se demostrará próximamente, puertas adentro- se
permitirá el lujo de atenuar la avanzada contra el Grupo Clarín. De esta
manera, la columna vertebral que supo aglutinar al expresionismo oficialista se
encuentra a un tris de la implosión, porque esos dos ítems -se suponía- estaban
llamados a oxigenarse con las próximas elecciones legislativas de 2013.
Cristina Fernández Wilhelm ya es un pato rengo, sin importar que se esfuerce en
no reconocerlo.
Las primeras horas del
viernes 9 permitieron colegir que la viuda de Néstor Carlos hizo mérito para
desconocer la manifestación que convocó a no menos de dos millones de personas
en todo el país. En su tierna referencia al aniversario de la confección del
congreso del Partido Comunista Chino, confirmó que no cejará en su intento por
profundizar la ominosa agenda de su gobierno. Valga la incoherencia: en
momentos previos a las concentraciones del 8N, invirtió generosos minutos en
ordenar a la Fuerza Aérea Argentina que se prohibieran los vuelos de helicópteros
en los cielos de la Ciudad de Buenos Aires. Había que evitar grabaciones en
video que probaran el grosor de la multitud.
Aún resta ver las últimas
pinceladas de ingenuidad de parte de referentes políticos opositores de ocasión
y columnistas dominicales que seguirán exigiéndole a la Presidente de la Nación
que ‘convoque al diálogo y al consenso’. La pérdida de la brújula no es solo
atribuible al oficialismo: también caracteriza a la vereda de enfrente. La gran
mayoría de ellos no saben siquiera dónde están parados, como tampoco lo supo el
malogrado Eduardo Duhalde, en momentos en que se aferró a Kirchner para
desembarazarse de la sombra amenazante de Carlos Saúl Menem. Un cóctel de
torpeza y egoísmo miserable que ha depositado a los argentinos en el presente
contexto de enfrentamiento.
Cristina Elisabet Fernández
Wilhelm sabe que su ambición re-reeleccionista toca a su fin, y solo trabaja
para demorar el anuncio del retiro. Ella se encuentra sostenida -claro está-
por una juventud tan oligofrénica como incompetente y por funcionarios a
quienes les resulta un imperativo categórico colgarse de sus vestiduras para
evitar la prisión y el escarnio público. Con todo, el propio reconocimiento del
fracaso no le impedirá a la Presidente terminar de confeccionar un panorama
ruinoso para las migajas que quedan de la República. Regresará la vieja
prerrogativa: ‘Nosotros, o el caos’. Y más nos vale a los ciudadanos no volver
a pecar de inocentes y distraídos.
La Señora que hace pocos
meses declarara ante una mesa con dignatarios políticos de su partido en el
interior (y donde no estuvieron ausentes jefes militares) que le importaba ‘un
cara… el 46%’, ya tiene preparada una venganza sin paralelo, si acaso no
llegare a resultar victoriosa en las Legislativas 2013. En tal escenario,
veremos el súbito final de la política de subsidización y el violento
sinceramiento de la totalidad de las tarifas… entre otros recortes.
Matías E. Ruiz