SAN ISIDRO LABRADOR: Homilía de Monseñor Ojea - MUNDO NORTE

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16/05/14

SAN ISIDRO LABRADOR: Homilía de Monseñor Ojea

Querida comunidad de San Isidro, querido hermano Jorge, obispo emérito de nuestra diócesis, querido padre Pedro, párroco que hoy cumple 20 años de estar al frente de esta parroquia con alegría, hermanos sacerdotes, diáconos, Sr. Intendente municipal, autoridades municipales y legisladores. Lo primero que quería decirles es referirme directamente a la comunidad parroquial y felicitarlos por esta salida misionera de San Isidro que ha recorrido en estos últimos días nuestros centros de salud, nuestros clubes, colegios y finalmente ha estado esperando este encuentro con Santa María de la Cabeza aquí en la estación en un día muy hermoso misionero donde se recogieron tantas intenciones de nuestro pueblo que vamos a acercar aquí en la Misa. Qué bueno tener este santo patrono para poder aprender de él la cultura del trabajo. Pero no fue cualquier trabajo el de San Isidro. Fue el trabajo de la labranza y esto supone conocer el ritmo de la naturaleza y entrar dentro de ese ritmo con sus estaciones, con sus esperas, con la paciencia como nos dice la Carta de Santiago. Es una de las características propias del trabajo del labrador, el labrador que siembra con amor y con cuidado pero que al mismo tiempo tiene que saber acomodarse al ritmo de la tierra y pasar el invierno y pasar los tiempos duros y pasar las podas y las dificultades.
Qué notable que la sagrada escritura compare al trabajo de la labranza con el trabajo por la paz. En un maravilloso texto del capítulo segundo de Isaías, el profeta en una visión en donde está viendo a la ciudad santa a  la cual se allegan pueblos de diferentes lenguas, de diferentes lugares para poder concentrarse y confluir allí en Jerusalén. Dice el profeta “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas, no alzará la espada pueblo contra pueblo”.

Esta comparación de la sagrada escritura del trabajo por la paz, de la construcción de la paz con el trabajo de la tierra es tan acertada porque la construcción de la paz es artesanal, requiere paciencia, requiere escucha, requiere diálogo, requiere tiempo, requiere reflección. Y nosotros, los obispos, hemos sacado este último documento “Bienaventurados los que trabajan por la paz”, ese es su nombre, para poder después de señalar aquellas violencias que nosotros vemos junto con nuestro pueblo, de allí salimos decimos claramente en el documento, somos sus pastores, después de señalar las violencias que vivimos, buscamos hacer un  llamado a todos, especialmente a la clase dirigente, para poder encontrar el camino a través de políticas públicas y políticas de estado que nos ayuden a construir una cultura de la paz y a salir de una cultura de la violencia. El Papa Francisco cuando en la exhortación apostólica toca este tema, al final, nos dice entre otras cosas, “buscamos una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de algunos sino de todos”, “no puede haber exclusión en el trabajo por la paz”, “para convertirse en pueblo se requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada, es un trabajo lento, arduo, que exige integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía”.
Hablamos mucho del respeto por la diferencia, del respeto por la pluralidad, pero nos cuesta llevarlo adelante. Tenemos que tener cuidado de que esto no se nos quede en palabras, porque esto es fundamental para la construcción de la paz, el reconocimiento de las diferencias. Más adelante el Papa señala cuatro principios que surgen de tensiones bipolares en toda realidad social. Y uno de esos principios es la tensión entre la unidad y el conflicto y aquí me quería detener un segundito.
Cuando estamos trabajando por la paz aparecen los conflictos y frente a los conflictos tenemos distintas actitudes. Una de ellas puede ser no mirarlos, pasar de largo, hacer como si no existieran, y de este modo nos vamos evadiendo, viviendo un mundo que de alguna manera nos vamos fabricando, negando la realidad. Otro modo puede ser entrar de tal manera en el conflicto que quedo entrampado en él y rápidamente huyo de la voluntad de seguir trabajando para la paz, porque son tantos los obstáculos que encuentro, las dificultades que encuentro que entonces me vengo abajo y digo esto es imposible, entonces buscamos el camino más corto, la salida más rápida, cuando la construcción de la paz requiere tiempo, reflección y una escucha, un modo de escuchar muy profundo de dónde viene la violencia, cuál es la causa última de la violencia, por qué grita, por qué pega, por qué se destruye, cuál es la razón última de la violencia.
Un gran santo de nuestro tiempo Jean Vanier, va a decir , es el creador del Arca, que trabajó toda su vida con hermanos de capacidades diferentes y sabe muy bien de qué habla. Dice, la causa de la violencia es el temor, el temor a desaparecer por no ser reconocido. Como Caín, que es la primera manifestación  bíblica de la violencia frente a su hermano Abel, experimenta que puede desaparecer, que puede dejar de ser reconocido en su persona, en su trabajo. El reconocimiento más profundo es el del amor. El amor es el que puede dar seguridad a la persona. Santo Tomás diría “y descansar el corazón en el sumo bien”. Esto es la paz, poder descansar el corazón en el sumo bien, descansar en la verdad, tener la persona integrada, segura, entonces no crea la inseguridad. La falta de amor, la falta de experiencia del amor, el vacío interior, la soledad, son de las causas más profundas de la violencia, pero para todo esto es necesaria una escucha profunda del otro, un ponerme en su lugar y un intentar componer este interés, esta dificultad con esta otra. Por ejemplo, si tengo que enfrentar el problema del narcotráfico no puedo solamente estar mirando el problema de la oferta del narcotráfico, es tremendo, allí me encontraré con mafias, allí tendré enormes dificultades y allí tendré que actuar con mucha inteligencia y rigor, pero para poder enfrentar todo el problema tendré que ocuparme de la cultura de la demanda, por qué nuestros chicos demandan. Hay problemas que no se arreglan con la ley seca, son más profundos, vienen de lejos, vienen de la falta del calor familiar, viene de la falta de imágenes, de modelos. Y para trabajar en todo esto tenemos que hacerlo juntos, nadie puede solo enfrentar cosas así.
No estamos en los tiempos de los genios, estamos en el tiempo de la humildad, de los equipos y de saber que nosotros solos no podemos.
Termino con esta frase de Francisco cuando nos está hablando de esta tensión que les hablaba hace un ratito entre la unidad y el conflicto.
“El conflicto no puede ser ignorado, no puede ser disimulado, tiene que ser asumido, pero si quedamos atrapados en él perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.”
Como la paz es don de Dios y no sólo tarea humana, no sólo actividad humana, se la vamos a pedir por la intercesión del labrador, que supo usar sus instrumentos de trabajo para vivir la cultura del trabajo. Este santo nuestro que protege nuestro partido, nuestra diócesis, vamos a pedirle a su intercesión, como vamos a rezar el 25 de mayo en la oración de San Francisco, que podamos ser instrumentos de su paz.
Somos instrumentos, la paz la trae él, la da él, la regala él, es el primer fruto de su Pascua.
Abramos el corazón para poder recibirla en esta hermosísima fiesta que ahonda nuestro sentido de pertenencia, nuestro sentido comunitario, nuestra alegría de ser hermanos, de ser vecinos. Pidámosle que nos regale abrir este corazón para poder ser constructores, artesanos de la paz.
Que así sea.

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