Querida comunidad de San Isidro, querido hermano Jorge, obispo emérito
de nuestra diócesis, querido padre Pedro, párroco que hoy cumple 20 años de
estar al frente de esta parroquia con alegría, hermanos sacerdotes, diáconos,
Sr. Intendente municipal, autoridades municipales y legisladores. Lo primero
que quería decirles es referirme directamente a la comunidad parroquial y
felicitarlos por esta salida misionera de San Isidro que ha recorrido en estos
últimos días nuestros centros de salud, nuestros clubes, colegios y finalmente
ha estado esperando este encuentro con Santa María de la Cabeza aquí en la estación
en un día muy hermoso misionero donde se recogieron tantas intenciones de
nuestro pueblo que vamos a acercar aquí en la
Misa. Qué bueno tener este santo patrono
para poder aprender de él la cultura del trabajo. Pero no fue cualquier trabajo
el de San Isidro. Fue el trabajo de la labranza y esto supone conocer el ritmo de
la naturaleza y entrar dentro de ese ritmo con sus estaciones, con sus esperas,
con la paciencia como nos dice la
Carta de Santiago. Es una de las características propias del
trabajo del labrador, el labrador que siembra con amor y con cuidado pero que al
mismo tiempo tiene que saber acomodarse al ritmo de la tierra y pasar el
invierno y pasar los tiempos duros y pasar las podas y las dificultades.
Qué notable que la sagrada escritura compare al trabajo de la labranza
con el trabajo por la paz. En un maravilloso texto del capítulo segundo de
Isaías, el profeta en una visión en donde está viendo a la ciudad santa a la cual se allegan pueblos de diferentes
lenguas, de diferentes lugares para poder concentrarse y confluir allí en
Jerusalén. Dice el profeta “de las espadas forjarán arados, de las lanzas
podaderas, no alzará la espada pueblo contra pueblo”.
Esta comparación de la sagrada escritura del trabajo por la paz, de la
construcción de la paz con el trabajo de la tierra es tan acertada porque la
construcción de la paz es artesanal, requiere paciencia, requiere escucha,
requiere diálogo, requiere tiempo, requiere reflección. Y nosotros, los
obispos, hemos sacado este último documento “Bienaventurados los que trabajan
por la paz”, ese es su nombre, para poder después de señalar aquellas
violencias que nosotros vemos junto con nuestro pueblo, de allí salimos decimos
claramente en el documento, somos sus pastores, después de señalar las
violencias que vivimos, buscamos hacer un
llamado a todos, especialmente a la clase dirigente, para poder
encontrar el camino a través de políticas públicas y políticas de estado que
nos ayuden a construir una cultura de la paz y a salir de una cultura de la
violencia. El Papa Francisco cuando en la exhortación apostólica toca este
tema, al final, nos dice entre otras cosas, “buscamos una paz que no surja como
fruto del desarrollo integral de algunos sino de todos”, “no puede haber
exclusión en el trabajo por la paz”, “para convertirse en pueblo se requiere un
proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada, es un
trabajo lento, arduo, que exige integrarse y aprender a hacerlo hasta
desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía”.
Hablamos mucho del respeto por la diferencia, del respeto por la
pluralidad, pero nos cuesta llevarlo adelante. Tenemos que tener cuidado de que
esto no se nos quede en palabras, porque esto es fundamental para la
construcción de la paz, el reconocimiento de las diferencias. Más adelante el
Papa señala cuatro principios que surgen de tensiones bipolares en toda
realidad social. Y uno de esos principios es la tensión entre la unidad y el
conflicto y aquí me quería detener un segundito.
Cuando estamos trabajando por la paz aparecen los conflictos y frente a
los conflictos tenemos distintas actitudes. Una de ellas puede ser no mirarlos,
pasar de largo, hacer como si no existieran, y de este modo nos vamos
evadiendo, viviendo un mundo que de alguna manera nos vamos fabricando, negando
la realidad. Otro modo puede ser entrar de tal manera en el conflicto que quedo
entrampado en él y rápidamente huyo de la voluntad de seguir trabajando para la
paz, porque son tantos los obstáculos que encuentro, las dificultades que
encuentro que entonces me vengo abajo y digo esto es imposible, entonces buscamos
el camino más corto, la salida más rápida, cuando la construcción de la paz
requiere tiempo, reflección y una escucha, un modo de escuchar muy profundo de
dónde viene la violencia, cuál es la causa última de la violencia, por qué grita,
por qué pega, por qué se destruye, cuál es la razón última de la violencia.
Un gran santo de nuestro tiempo Jean Vanier, va a decir , es el creador
del Arca, que trabajó toda su vida con hermanos de capacidades diferentes y
sabe muy bien de qué habla. Dice, la causa de la violencia es el temor, el
temor a desaparecer por no ser reconocido. Como Caín, que es la primera
manifestación bíblica de la violencia
frente a su hermano Abel, experimenta que puede desaparecer, que puede dejar de
ser reconocido en su persona, en su trabajo. El reconocimiento más profundo es
el del amor. El amor es el que puede dar seguridad a la persona. Santo Tomás
diría “y descansar el corazón en el sumo bien”. Esto es la paz, poder descansar
el corazón en el sumo bien, descansar en la verdad, tener la persona integrada,
segura, entonces no crea la inseguridad. La falta de amor, la falta de
experiencia del amor, el vacío interior, la soledad, son de las causas más
profundas de la violencia, pero para todo esto es necesaria una escucha
profunda del otro, un ponerme en su lugar y un intentar componer este interés,
esta dificultad con esta otra. Por ejemplo, si tengo que enfrentar el problema
del narcotráfico no puedo solamente estar mirando el problema de la oferta del
narcotráfico, es tremendo, allí me encontraré con mafias, allí tendré enormes
dificultades y allí tendré que actuar con mucha inteligencia y rigor, pero para
poder enfrentar todo el problema tendré que ocuparme de la cultura de la
demanda, por qué nuestros chicos demandan. Hay problemas que no se arreglan con
la ley seca, son más profundos, vienen de lejos, vienen de la falta del calor
familiar, viene de la falta de imágenes, de modelos. Y para trabajar en todo
esto tenemos que hacerlo juntos, nadie puede solo enfrentar cosas así.
No estamos en los tiempos de los genios, estamos en el tiempo de la
humildad, de los equipos y de saber que nosotros solos no podemos.
Termino con esta frase de Francisco cuando nos está hablando de esta
tensión que les hablaba hace un ratito entre la unidad y el conflicto.
“El conflicto no puede ser ignorado, no puede ser disimulado, tiene que
ser asumido, pero si quedamos atrapados en él perdemos perspectivas, los
horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos
detenemos en la coyuntura conflictiva perdemos el sentido de la unidad profunda
de la realidad.”
Como la paz es don de Dios y no sólo tarea humana, no sólo actividad
humana, se la vamos a pedir por la intercesión del labrador, que supo usar sus
instrumentos de trabajo para vivir la cultura del trabajo. Este santo nuestro
que protege nuestro partido, nuestra diócesis, vamos a pedirle a su intercesión,
como vamos a rezar el 25 de mayo en la oración de San Francisco, que podamos
ser instrumentos de su paz.
Somos instrumentos, la paz la trae él, la da él, la regala él, es el
primer fruto de su Pascua.
Abramos el corazón para poder recibirla en esta hermosísima fiesta que
ahonda nuestro sentido de pertenencia, nuestro sentido comunitario, nuestra
alegría de ser hermanos, de ser vecinos. Pidámosle que nos regale abrir este
corazón para poder ser constructores, artesanos de la paz.
Que así sea.