"Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes:
es un país de esclavos"
Simón Bolívar
Bien sabemos que el fraude
electoral en Venezuela ha sido una práctica recurrente en las últimas décadas:
desde el control total sobre el Consejo Nacional Electoral (CNE) hasta la
exclusión de partidos opositores y la manipulación descarada de los resultado,
en cada proceso electoral hemos podido apreciar un sinnúmero de acusaciones de
irregularidades y carencia total de transparencia. Y sí, ayer no fue la
excepción: ocultación de planillas parciales, apagones en el sistema
electrónico de difusión interna de la información electoral (disfrazados de
"ataques terroristas" de opositores por parte del Emperador Maduro),
compra de votos, intimidaciones, una cobertura mediática sesgada y condicionada
por el régimen, etc. Hermoso contexto ¿verdad?
Como ustedes saben, amados
lectores, la idea es que podamos pensar juntos este fenómeno desde una
perspectiva histórica y filosófica, para no caer en el burdo repetir las
opiniones ya propiciadas por el millar de periodistas claramente identificados
por intereses muy puntuales (sea del lado que sea). Tratemos por un instante de
intentar comprender el fraude electoral en Venezuela como una manifestación
postmoderna de la adicción al poder absoluto en el contexto de democracias
occidentales totalmente endebles, debilitadas y carentes de fuerza para cumplir
su misión: representar y proteger a los pueblos.
Recordemos por un instante a
Platón, quien en su obra "La República", describió un ciclo de
degeneración de los sistemas políticos y de los individuos que los encabezaban.
En su análisis, la tiranía era considerada la peor forma de gobierno puesto que
el tirano es, sin duda, el peor tipo de gobernante. Señaló, puntualmente, que
el deseo de poder absoluto y la falta de control sobre este poder corrompe
completamente al gobernante, a tal punto que éste pierde cualquier esbozo de
virtud y justicia. Visto así, Maduro se terminará convirtiendo en un esclavo de
sus propios deseos, puesto que se encuentra sin freno alguno, guiado únicamente
por su impulso de satisfacer su ansia de poder interminable. Esta degeneración
moral perpetuada desde el año 1999 lo tendría que llevar, según Platón, a
actuar contra el bienestar común y a adoptar medidas cada vez más opresivas
para intentar mantener su control:
"Cuando un hombre se hace
tirano de su ciudad, ¿no se convierte entonces en el enemigo de todos los
hombres libres, y no conspira siempre para destruir a cuantos se hallan por
encima de él?" (Platón, La República, Libro VIII, 566e).
Consecuentemente, Aristóteles,
en "La Política", también abordó la tiranía como una forma corrupta
de gobierno, puesto que es la perversión del soberbio y prepotente que busca
únicamente su propio beneficio en lugar del bien común. De esta manera, el
deseo de poder absoluto, lleva a estos personajes nefastos a emplear la fuerza
y la intimidación para conservar su posición, lo que a su vez genera un
resentimiento cada vez más palpable en el pueblo oprimido.
"El tirano nunca piensa
en sus súbditos como hombres, sino como bestias, y los trata en consecuencia,
no en beneficio de ellos, sino en su propio beneficio." (Aristóteles, La
Política, Libro V, 1314a).
Y si de resistencia se habla,
el pueblo venezolano es experto en el asunto. Recordemos lo que el gran Thomas
Hobbes, en su obra "El Leviatán", plantea una visión del contrato
social que le otorga al soberano un poder casi absoluto, eso sí, a cambio de la
protección y el mantenimiento de la paz. Sin embargo, nuestro autor reconoce
ciertas condiciones bajo las cuales los súbditos podrían estar justificados a
resistir o incluso a rebelarse contra quien ejerza el rol de sumo soberano. La
obligación de los gobernados hacia su gobernante dura el tiempo como el poder
del mismo sea efectivo para protegerlos. Esta declaración implicaría que, si el
tirano falla en sus deberes y obligaciones, la exigencia de obediencia carece
de sentido.
"El fin de la obediencia
es la protección; cuando, por tanto, el soberano no puede protegerlos, los
súbditos están libres de su obediencia, y tienen libertad para protegerse por
sus propios medios." (Hobbes, Thomas. Leviatán, Capítulo XXI, 1651).
Un Nicolás menos degenerado,
de apellido Maquiavelo, nos advirtió sobre los peligros que conlleva la
manipulación política en su obra célebre titulada "El Príncipe",
destacando cómo los líderes pueden justificarse de mil maneras para lograr sus
fines (de ahí viene la frase popular, que no está escrita así, literalmente, en
la obra, que versa: "el fin justifica los medios"). En el caso
puntual de Maduro, la perpetuación en el poder se ha vuelto en un fin en sí
mismo, ignorando a sabiendas la completitud de los principios democráticos en
favor de mantener un control férreo sobre una nación atosigada por la barbarie,
el hambre, la violencia y el sometimiento atroz.
"Se debe considerar que
no hay nada más difícil de llevar a cabo, ni más dudoso de tener éxito, ni más
peligroso de manejar, que iniciar un nuevo orden de cosas. Porque el reformador
tiene como enemigos a todos aquellos que se beneficiaron del viejo orden y sólo
tiene como tibios defensores a aquellos que se beneficiarán del nuevo
orden" (Nicolás Maquiavelo, El Príncipe).
Recordemos también lo que nos
decía Hannah Arendt sobre la tiranía y el totalitarismo cuando sostenía que
estos regímenes buscan controlar no sólo las acciones de las personas en
particular, sino también sus pensamientos y emociones más íntimas. La manipulación
total de la información y la creación de un relato o narrativa oficial son solo
un par de las herramientas claves que utilizan estos perversos con poder para
consolidarse en el trono, mientras se silencia cualquier atisbo de oposición.
"La mayor garantía de la
libertad del pensamiento, de la libertad de expresión y de la libertad de
prensa reside en su incapacidad para sobrevivir en un mundo donde se haya
establecido una verdad única" (Hannah Arendt, "Los orígenes del totalitarismo").
Aún así, Arendt analizó
también la legitimidad de la rebeldía, personificada en este caso por María
Corina Machado y Edmundo González quienes han cumplido, en situaciones en las
que los gobiernos se convierten en el principal opresor de todas las libertades
individuales, el rol de representantes y sostenes de la posibilidad, aún viva,
de la acción política legítima como respuesta necesaria frente a la tiranía
alienante y esclavizante:
"El derecho a la
revolución, por lo tanto, no es el derecho a resistir el poder legítimo, sino
el derecho a resistir al poder ilegítimo que ha usurpado el poder y se ha
vuelto tiránico." (Arendt, Hannah. Sobre la Revolución).
Mientras tanto, la tímida
comunidad internacional observa estos eventos con preocupación de cotillón,
puesto que reconocer el fraude electoral en Venezuela no es simplemente un
problema interno, sino un recordatorio de los peligros de la tiranía y el poder
absoluto en manos de inútiles y corruptos violentos en pleno siglo XXI. Este
prototipo de democracia ficticia montado por muñecos de torta disfrazados de
militares que nunca fueron a una guerra real a defender a su pueblo, socavan
seriamente los principios fundamentales de la democracia occidental y de los
derechos humanos universales mientras que el mundo, tibio y conmovido para la
foto y el tweet, mira para un costado.
Está claro que esta situación
política en Venezuela nos obliga a reflexionar sobre la tremenda fragilidad de
las instituciones democráticas y la urgente necesidad de protegerlas frente a
los intentos sistemáticos de manipulación y control absoluto que han logrado
devastar a un pueblo en menos de veinticinco años. Solo mediante un compromiso
global con transparencia, la justicia y la defensa de los derechos civiles
podremos enfrentar efectivamente los desafíos planteados por regímenes
patéticos como el de Maduro.
Evidentemente, la situación venezolana es un recordatorio de los peligros que acarrea el poder absoluto y la tiranía. No nos queda otra opción que no perder la esperanza en la resistencia legítima, la desobediencia civil y la acción colectiva como herramientas cruciales para enfrentar un desafío que no es imposible, puesto que el cadáver político que representa Nicolás Maduro, ya está esparciendo fuertemente su hedor. El que no quiera oler, no podrá evitar taparse al menos la nariz puesto que la dignidad humana en el pueblo venezolano exige la restauración de la democracia y la justicia mediante un compromiso constante y valiente, propio de una voluntad comunitaria que se niega a abandonar la lucha contra la opresión para ponerse, de una vez por todas, de pie y con la frente en alto.
Lisandro Prieto Femenía.
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina