En el caluroso verano del año 1983, un 18 de enero, fallecía uno de
los presidentes de la Nación más respetados: Don Arturo Humberto Illia.
Ese 18 de enero del ‘83, tenía algo muy distinto y especial, se
avecinaba el fin del “Proceso” cívico-militar instaurado en 1976 que dio lugar
a la llegada a la presidencia del doctor Raúl Alfonsín y se asomaba un
horizonte democrático.
Illia nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, el 4 de agosto
de 1900, hijo de inmigrantes lombardos, cursó allí sus estudios primarios, pero
pronto se trasladó a la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) donde
desarrolló los correspondientes al nivel secundario y luego, en la Universidad
de Buenos Aires, donde cursó la carrera de Medicina, durante la cual trabajó
como practicante, hasta recibirse en 1927, en el Hospital San Juan de Dios de
La Plata.
Pero fue 1928 el año clave en su vida cuando tuvo la oportunidad de
entrevistarse con el recién reasumido presidente Hipólito Yrigoyen a quien le
ofreció sus servicios profesionales recibiendo la propuesta de desempeñarse
como médico ferroviario para lo cual había disponibilidades en numerosas
ciudades entre las cuales Illia eligió Cruz del Eje, en la provincia de
Córdoba, lugar donde desarrolló toda su intensa actividad política que lo llevó
a la presidencia en 1963 llevando como compañero de fórmula al entrerriano
Carlos Humberto Perette.
Precisamente en representación de Cruz del Eje desempeñó su primer
cargo público, el de senador Provincial, entre 1936 y 1940, tras lo cual, entre
1940 y 1943, fue vicegobernador cordobés durante el gobierno de Santiago
Horacio del Castillo.
Posteriormente fue diputado nacional entre 1948 y 1952 y en 1962
resultó electo gobernador, pero no pudo asumir a raíz del golpe que ese año
derribara al entonces presidente Arturo Frondizi y estableciera el gobierno de
facto de José María Guido.
Fue esa victoria en Córdoba la única realmente importante de la
entonces Unión Cívica Radical del Pueblo lo que determinó a la dirigencia
partidaria a nominarlo para la presidencia en las elecciones de 1963 en las que
se ubicó por delante de Oscar Alende de la Unión Cívica Radical Intransigente
(UCRI), dejando tercero al teniente general Pedro Eugenio Aramburu, candidato
de la oficialista Unión del Pueblo Argentino y del Partido Demócrata
Progresista y al resto de los postulantes entre los que se encontraba el
socialista Alfredo Lorenzo Palacios.
Pero Illia no alcanzó la mayoría en el Colegio Electoral, que era
el decisor final en la materia en tiempos en que no existía el sufragio
directo, por lo que debió apelar al apoyo del Partido Demócrata Cristiano y los
ya no existentes Partido Socialista Democrático, Federación Nacional de
Partidos de Centro y Confederación de Partidos Provinciales y hasta el voto de
tres electores de la UCRI.
Al asumir la presidencia se encontró con la fuerte oposición del
entonces proscripto peronismo y ante la responsabilidad de cumplir con sus
importantes promesas electorales entre las cuales se destacaba la anulación de
los contratos petroleros que Frondizi había concertado con importantes
compañías extranjeras dejando de lado las políticas nacionalistas en la materia
desarrolladas a partir de 1923 con la creación de YPF por el entonces
presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear y sus sucesores.
Rápidamente puso en marcha el proceso de anulación a partir de la
declarada ilegalidad de muchos de ellos, a pesar de lo cual se abonaron 200
millones de dólares estadounidenses (unos US$ 7.000 millones a valores
actuales) lo cual no impidió el cuestionamiento de los sectores políticos y
económicos opuestos a esa decisión lo que llevó, en su momento, a que ante la
dureza de sus planteos, Illia expulsase de la Residencia de Olivos al embajador
de los Estados Unidos, Robert McClintock, quien se había convertido en un
vocero de las empresas por encima de la postura del presidente John Fitzgerald
Kennedy.
La Ley del Salario Mínimo, Vital y Móvil, al igual que la Ley de
Abastecimiento, apuntaron a asegurar una retribución básica a los trabajadores,
sobre todo para atender a los que tenían niveles más bajos, al igual que en el
caso de los jubilados y pensionados para lo cual también se estableció la
“canasta familiar”, algo similar a los actuales “precios cuidados”.
En materia educativa, la gestión Illia dio lugar a los mayores
porcentajes destinados en la materia en el Presupuesto Nacional que incrementó
rápidamente apenas asumido y así se llegó al 12 por ciento en el mismo 1963
para pasar al 17 en 1964 y al 23 en 1965, para algunos el nivel más alto en la
historia argentina, que luego fue decayendo rápidamente hasta llegar en algún
momento a sólo el 3 por ciento, mientras otros que estudiaron el tema señalaron
que el máximo, algo por encima del 25 por ciento se registró durante la primera
etapa de la gestión Alfonsín.
La otra cuestión clave fue la luego olvidada Ley de Medicamentos,
impulsada por el ministro de Asistencia Social y Salud Pública, el salteño
Arturo Oñativia, quien hizo que los mismos tuviesen el contenido de bien social
lo que impedía el libre manejo de sus precios, lo cual fue complementado, a
instancias del mismo Oñativia con la Ley de Reforma del Sistema Hospitalario
Nacional y de Hospitales de la Comunidad y con la creación del Servicio
Nacional de Agua Potable.
El 29 de junio de 1966 fue derrocado por un golpe militar
encabezado por el teniente general Juan Carlos Onganía tras lo cual abandonó la
Casa Rosada en un taxi y se instaló en la casa de su hermano en la localidad
bonaerense de Martínez, para luego radicarse definitivamente en Cruz de Eje
donde, al haber renunciado a la pensión de presidente, consecuente con su
tradicional austeridad, volvió a ejercer la medicina y luego atendió la
panadería de un amigo, tarea en la que lo sorprendió la muerte, siendo sus restos
trasladados al Cementerio de la Recoleta, en la Ciudad de Buenos Aires, donde
hoy se encuentran.
Illia fue mucho más que un político honesto e intachable. Fue
consecuente entre lo que decía y lo que hacía y tenía una sólida formación y
claridad doctrinaria.
Una paradoja del destino hace que, al actual gobierno, lo apoyen
muchos de los grupos de poder que estuvieron atrás del golpe de estado contra
su Gobierno.
Pasó a la posteridad como uno de los mejores presidentes de la
República Argentina.
El tiempo lo rescata y le da cada vez más relevancia al contrastar
con la actualidad.
Lic. Javier M. Argolo.