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06/12/25

Borges y la autenticidad: la razón científica y filosófica por la que la felicidad no admite simulacros



Por Román Reynoso para Mundo Norte

Jorge Luis Borges, esa figura central de nuestro canon literario que hizo de los laberintos y los espejos su marca registrada, solía arrojar sentencias que funcionaban como dagas precisas contra la hipocresía social. En una era dominada por la imagen y la construcción del "yo" digital, una de sus frases cobra hoy una vigencia arrolladora: "Uno puede fingir muchas cosas, incluso inteligencia. Lo que no se puede fingir es la felicidad".

Esta afirmación, nos invita a un análisis profundo sobre la disociación entre lo que mostramos y lo que verdaderamente nos atraviesa. Borges, a menudo percibido como un intelectual frío o distante, entendía sin embargo que la felicidad no es una construcción retórica, sino un estado fisiológico y espiritual que no sabe de máscaras.

La inteligencia se actúa; la dicha, se transpira

La premisa borgeana es letal porque ataca directamente a la vanidad. En los círculos académicos o laborales, es posible —y hasta frecuente— simular inteligencia. El silencio oportuno, la cita memorizada o la postura grave pueden construir una fachada de sabiduría. Sin embargo, la felicidad es una energía que nos delata. Como bien señala el análisis de la fuente citada, esta emoción se manifiesta en la microgestualidad: la mirada, el tono de voz y la postura corporal poseen una vibración que ninguna técnica de actuación puede replicar de manera sostenida.

El costo psicológico de la impostura

Más allá de la literatura, la psicología contemporánea respalda la intuición del autor de El Aleph. Intentar sostener una felicidad ficticia genera lo que los expertos denominan "disonancia emocional". El psicólogo Daniel Wegner lo describió como el "efecto rebote": cuanto más esfuerzo dedicamos a reprimir un estado de ánimo negativo para imponer una sonrisa social, con más fuerza emerge el malestar original.

En la actual "sociedad del cansancio", concepto acuñado por el filósofo Byung-Chul Han, la obligación de ser felices se ha convertido en un mandato opresivo. Borges, con su agudeza habitual, ya nos advertía que ese camino es estéril. La verdadera felicidad requiere coherencia y, paradójicamente, la aceptación de la tristeza. No hay luz sin sombra.

En tiempos donde las redes sociales nos empujan a ser directores de nuestra propia película perfecta, volver a Borges es un acto de resistencia. Su lección es clara: podemos engañar al algoritmo y quizás al vecino, pero el cuerpo y el alma no saben mentir. La felicidad, cuando es genuina, no se anuncia; simplemente se vive. 


Roman Reynoso 2025

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