"No puedes controlar a tu propia gente por la fuerza,
pero puedes distraerlos con el consumismo"
Noam Chomsky
Hace unos cuantos años el Papa
Francisco realizó en su encíclica "Laudato Si" (2015) una denuncia
que en su momento sonó poderosa y se fue diluyendo, como todo en este mundo
líquido: criticó una sociedad que trata a las personas y a los recursos
naturales como objetos desechables, promoviendo de esta manera un estilo de
vida basado en el derroche y la falta de respeto por la dignidad humana y el
ambiente. Esa reflexión nos invitó a profundizar en el concepto del derroche y
su relación con una vida estrictamente inauténtica, que hoy volveremos a
discutir con ustedes.
La frase o término mismo de
"cultura del descarte" fue popularizado por el Papa Francisco para
describir una realidad durísima pero, paradójicamente, abrazada y naturalizada
por todos nosotros, a saber, tratamos a las personas, a los animales y a
nuestro ambiente como basura luego de haberlos usado, disfrutado, consumido,
como si fueran cosas reemplazables al dejar de ser "útiles". ¿Suena
duro verdad? Más dura es la realidad, en tanto que se ha instalado como
"normal" la sistematización de la marginación de personas,
multiplicando día a día la cantidad de pobres y desesperados que, por más que
los neguemos y no los miremos, comparten mundo con todos nosotros.
El consumo desproporcionado y
el derroche, en este contexto, puede entenderse como una manifestación de una
vida carente de autenticidad puesto que carece de un sentido profundo y
significativo más allá de la patética visión de felicidad mediante la adquisición
de bienes y servicios. Evidentemente tenemos que meter a Heidegger aquí
justamente porque para él la autenticidad se logra cuando uno vive de acuerdo
con su propio ser y no simplemente conforme a las expectativas y normas
impuestas por una sociedad enferma. Visto así, el derroche se traduce en
sintonía con un síntoma de una vida alienada del propio ser, o sea, que ha
reemplazado su interés por existir por el interés a tener, gastar, acumular,
lucir y demostrar. ¿Patético no?
En su obra "La pregunta
por la técnica" (1954), Heidegger analizó cómo la tecnología moderna no
solo transforma nuestra relación con el mundo, sino con nuestra comprensión del
ser mismo al aseverar que "la esencia de la técnica no es nada técnico. La
técnica es una manera de revelar, es decir, de traer a la luz y hacer que se
manifieste aquello que, en sí mismo, no es manifiesto" (Heidegger,
"Die Frage nach der Technik", 1954). La tecnología es mucho más que
un conjunto de herramientas y procesos puesto que tiene un impacto más profundo
en nuestra forma de comprender nuestra existencia ya que es un modo de
revelación que transforma la percepción del ser y el mundo circundante. El
peligro que visualizaba Heidegger, hace setenta y cinco años, sobre la técnica
es que nos conduzca a una visión del mundo como recurso disponible para la
explotación y el dominio del ser humano mediante un enfoque instrumental que
puede reducir las cosas y las personas a meros objetos "útiles" en
función de fines técnicos y económicos, en lugar de ser valorados en su propia
dignidad y singularidad. El hombre como "cosa útil"...¿Les suena
conocida la película?
Pensemos en algo muy básico,
que todos los que tenemos más de treinta y pico de años hemos podido
experimentar: ¿Acaso en nuestra niñez no era sorprendente que los artefactos
del hogar duraran más tiempo? ¿No era común que casi todo lo que se rompía se reparaba?
Aún más, ¿no notan Uds. que las cosas duran cada vez menos tiempo y son cada
vez más ordinarias? Ni hablar de la época de nuestros abuelos en la que se
utilizaban utensilios de uso reiterado, como las jeringas de vidrio, las
botellas del mismo material para la leche y la inexistencia del plástico para
envolver cualquier producto alimenticio, entre tantos otros. ¿No era acaso ese
mundo mucho más saludable, a pesar de haber contado con muchísimos menos
desarrollos científicos y tecnológicos? No lo sé, lo que sí puedo afirmar es
que pasamos de vivir con cosas a vivir para las cosas. Prueba cabal de ello lo
podemos experimentar cuando nos olvidamos nuestro teléfono celular al salir de
casa y sentimos, literalmente, que nos falta algo tan vital como un brazo o una
pierna, pero no, es ese aparato "que nos tiene conectados".
En reiteradas ocasiones, en
las que estoy seguro, amigos lectores, me habrán acompañado con su lectura,
hemos descrito al consumismo como objeto de crítica por parte de numerosos
filósofos y teóricos sociales. Uno de ellos, Zygmunt Bauman (1925-2017), en su
libro Vida de Consumo (2007) sostuvo que la sociedad contemporánea convierte a
los individuos en permanentes consumidores, situación que los lleva a construir
su propia identidad mediante los bienes que se adquieren y/o desechan:
"En una sociedad de consumo,
"ser" significa "ser visto como consumidor", y el consumo
mismo se convierte en el sustituto de la vida" (Bauman, 2007).
No es accidental que hayamos
enunciado año de nacimiento y muerte de Bauman al lado de su nombre: casi un
siglo de vida (y no cualquier siglo) le mostró al filósofo polaco-británico
cómo pasamos de ser carne de cañón para dos guerras mundiales y otras más, a
ser cosas útiles para un sistema político y económico que requiere cada vez más
consumidores golosos y obedientes que pregunten poco y repitan todo.
También el filósofo canadiense
nacido en 1931 Charles Taylor, sostiene en su obra titulada "La Ética de
la Autenticidad" (1991), una fuerte crítica a la superficialidad de la
vida moderna y el énfasis puesto en el consumo, argumentando que la búsqueda de
autenticidad ha sido completamente distorsionada en nuestra cultura
posmo-tanatofílica (liviana, líquida y amante de la indiferencia ante la
muerte, en criollo), llevando al extremo un enfático amor por el individualismo
y el hedonismo resultando en una posterior desconexión de los valores y
tradiciones que, si bien no son perfectas, al menos buscaban darle sentido a la
vida:
"La ética de la
autenticidad, como la entiendo, no es una ética de 'afirmar el yo' en el
sentido en que se dice a menudo. No se trata de poner al descubierto nuestra
identidad personal y luego emprender una tarea de autenticación. Más bien, es
sobre la forma en que configuramos nuestras vidas, nuestras relaciones y
nuestras instituciones" (Taylor, 1991).
Acercándonos cada vez más al
presente, el filósofo esloveno Slavoj Žižek también nos brinda material de
sobra para entender esta crítica a la sociedad contemporánea, especialmente a
la noción de la cultura del descarte como un fenómeno que va más allá de la
simple eliminación de objetos materiales. Žižek nos va a sugerir en "Vivir
en el fin de los tiempos" (2010) que esta cultura refleja una mentalidad
profundamente arraigada en el capitalismo globalizado, donde las personas y los
valores son también descartados cuando ya no son de utilidad para la producción
y el consumo:
"La cultura del descarte
no es simplemente sobre deshacerse de cosas viejas o rotas; es sobre desechar
incluso a las personas, relaciones, ideas y valores que ya no sirven a los
intereses de la producción y el consumo" (Žižek, 2010).
Posteriormente, en el año
2012, Slavoj Žižek protagonizó un documental denominado "La guía perversa
de la ideología", en el que analiza la ideología de la sociedad de consumo
y sus efectos, teniendo como escenario de fondo un basural. Y no es casual la
elección de dicha ambientación, puesto que Žižek la utiliza como metáfora
visual- literalmente el gordo está en un basurero gigante- de la sociedad que
crea enormes cantidades de desechos y cómo estos desechos reflejan las
contradicciones y problemas inherentes al estilo de vida que llevamos
actualmente. El basural no es solamente un lugar físico donde se depositan los
desechos, sino un potente símbolo de cómo la ideología capitalista salvaje
trata a las personas y a los objetos una vez que han perdido su valor
económico:
"El basural es donde
terminan no solo los productos que ya no usamos, sino también las personas que
la sociedad considera 'desechables'. Este es el lado oscuro del brillo y la
promesa del capitalismo: una acumulación constante de residuos que incluye
vidas humanas" (The Pervert's Guide to Ideology, 2012).
La cultura del descarte que
venimos describiendo y que, en la escena del basural se ve patente y
literalmente, no sólo genera un impacto ambiental negativo, sino que también
tiene profundas implicancias sociales y éticas. A pesar del olor, a pesar de
que pasamos delante de las montañas de basura a diario, a pesar de ver casi
cotidianamente seres humanos hurgando en ella para conseguir comer o "algo
de valor", lo interesante es que todos vivimos como si ese costo oculto no
existiera. ¿Por qué será? Pues bien, Žižek nos explicará que la ideología de
consumo perpetúa en nosotros una ilusión de satisfacción y felicidad que se
desvanece rápidamente, como lo haría cualquier droga, dejando tras de sí una
estela de residuos: esta dinámica revela una contradicción básica de nuestro
estilo de vida que se sustenta en la promesa de progreso y bienestar que se
logra a expensas de crear una creciente masa de desechos y exclusión social:
"La verdadera catástrofe
no es solo la acumulación de basura, sino la lógica subyacente que produce esta
basura. El capitalismo necesita constantemente crear y descartar para sostener
su ciclo de producción y consumo" (The Pervert's Guide to Ideology, 2012).
Lo que intenté hacer aquí,
querido lector, es presentar una pequeña ilustración de cómo la cultura
posmoderna híper-globalizada, impulsada por la lógica del mercado y la
eficiencia económica, nos ha llevado a una deshumanización criminal y
alienación generalizada. Pero no basta con "ilustrar", mostrar,
criticar o denunciar, no, de lo que realmente se trata pensar filosóficamente
es de invitar a cuestionar y a resistir esta dinámica vital enfermiza y
adictiva y sugerir enfáticamente una verdadera transformación social que
requiere de una reevaluación de nuestros valores y prioridades más allá de las
demandas del estúpido y sensual estilo de vida que venimos naturalizando desde
hace más de cien años de manera cada vez más intensa mediante la alienación de
la adquisición constante como regla básica del éxito y del triunfo de la
cosificación innecesaria de seres que pudiendo pensar, prefieren comprar.
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