"La incapacidad de pensar no es estupidez; se encuentra más bien en la incapacidad para reflexionar sobre lo que uno está haciendo." - Hannah Arendt
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un asunto que se discute bastante poco en nuestros días, puesto que en esta "era de la información", paradójicamente, asistimos a una proliferación masiva de ignorancia naturalizada. Es necesario aclarar que no se trata de una carencia fortuita, sino más bien de un proceso meticulosamente orquestado mediante la erosión sistemática del pensamiento crítico y la capacidad de discernimiento. Antes de comenzar, podemos preguntarnos: ¿cómo se fabrica este tipo de ignorancia? ¿Quiénes se benefician de una sociedad casi completamente anestesiada intelectualmente?
Neil Postman, en su lúcida
obra titulada "Divertirse hasta morir", nos alerta sobre una
transformación cultural sutil pero devastadora: no se trata de la censura
explícita, sino de la saturación informativa, donde el entretenimiento se
encarga de trivializar casi por completo el discurso público. Postman sostenía
que "Orwell temía que nos prohibieran los libros, mientras que Huxley
temía que no hubiera razón para prohibirlos, porque no habría nadie que
quisiera leerlos". Con ello, nos está indicando que mientras Orwell temía
a los que nos privan de la información, Huxley temía a los que nos darían tanta
que nos reducirían a la pasividad y el egoísmo extremo. Este vínculo que hace
entre estos monstruos de la literatura apunta a los ejes centrales de nuestro
problema actual: uno sospechaba que la verdad nos fuera ocultada mientras que
el otro suponía que la verdad se ahogaría en un mar de estupideces e
irrelevancias banales, convirtiéndonos en presos de una cultura cautiva de la
trivialidad, sólo obsesionada por sensaciones individuales.
La precitada referencia nos
explica la esencia de la estupidización en tanto que infiere que la información
no es censurada, sino que se vuelve irrelevante en un mar de confusión
sistematizada. Con este caldo de cultivo, la cultura terminó convirtiéndose en
un espectáculo donde la información seria y veraz es desplazada por el
entretenimiento y el espectáculo frívolo. Sobre este aspecto en particular,
Orwell nos advierte en su obra "1984" sobre el control de la
información y la manipulación del lenguaje, al que llama
"doblepensar" y la "neolengua", que no son otra cosa que
herramientas prácticas para distorsionar la realidad y suprimir el pensamiento
crítico. En este marco, la veracidad y la calidad de la información, para
muchos de nosotros, siguen siendo cruciales para que empecemos hablar de
libertades individuales y de la salud de la democracia en la que decimos estar
viviendo.
Por su parte, Huxley en
"Un mundo feliz", nos muestra una sociedad donde la felicidad
superficial y el consumo desenfrenado han logrado anestesiar la conciencia
crítica de la humanidad. Se trata de una obra que, en mi humilde opinión,
debería ser de lectura obligatoria en toda la educación secundaria puesto que
hoy, más que nunca, es preciso discutir que el problema no es la prohibición de
la información, sino la disolución total de sentido de los enunciados que se
comparten en el universo informe de las redes sociales y los medios de
comunicación. La "soma", a la que hace referencia Huxley, es la droga
que induce la felicidad artificial y que simboliza la renuncia a la búsqueda de
la verdad y el conocimiento a cambio de una satisfacción efímera y
estupidizante (como buscar likes y seguidores en redes).
Todas estas advertencias
(Postman, Orwell y Huxley) convergen en la idea de que la estupidización no es
un fenómeno espontáneo, sino el resultado de estrategias deliberadas para
controlar la información, manipular el lenguaje y fomentar la pasividad política
y el activismo consumista. La sobrecarga de información falsa o manipulada, la
banalización del discurso público y la promoción del consumo irreflexivo son
las herramientas ideales para lograr anestesiar la conciencia crítica y
mantener el statu quo que muchos dicen combatir, pero que normalizan con nuevas
técnicas.
Esta decadencia del
pensamiento crítico se manifiesta en la erosión de los sistemas educativos,
antaño pilares del conocimiento y la formación para la vida, ahora convertidos
en instrumentos de normalización. Al respecto, Paulo Freire, en "Pedagogía
del oprimido", advirtió que la educación "bancaria" se encarga
de perpetuar la pasividad de los ciudadanos: mientras más se les imponga
pasividad a los oprimidos, "tanto más se adaptarán al mundo y más lejos
estarán de transformarlo. El modelo actual, en lugar de cultivar el intelecto y
la producción de saber, fomenta la conformidad a la injusticia mientras que,
paralelamente, proliferan las pseudociencias, la banalización del debate
público y la idolatría de celebridades que potencian estos síntomas de degradación
social.
Esta
"estupidización" de la que venimos hablando, lejos de ser una mera
carencia de intelecto, revela una profunda incapacidad para hacer uso de algo
que tenemos todos: el juicio reflexivo. A este fenómeno, Hannah Arendt lo
denominó "banalidad del mal", puesto que la incapacidad de pensar no
es estupidez, sino que se explica mejo en la "incapacidad para reflexionar
sobre lo que uno está haciendo". Esta ausencia de crítica no surge del
vacío, sino que es cultivada por sistemas políticos y económicos que desalientan
la autonomía intelectual, convirtiendo la estupidización en un mecanismo de
control muy violento, donde la falta de cuestionamiento permite la aceptación
acrítica de narrativas dominantes (modas culturales, intelectuales, morales,
etc.). En este sentido, la renuncia a la reflexión no sólo erosiona la
capacidad individual del discernimiento, sino que también socava los cimientos
de la responsabilidad colectiva. No es casual que, en un mundo saturado de
información, la habilidad para distinguir entre verdad y falsedad, entre
opinión y hecho, se vuelve cada vez más difícil, pero también, para muchos de
nosotros, más necesario porque el atontamiento colectivo no es un estado
pasivo, sino un proceso activo de desmantelamiento del pensamiento crítico, una
estrategia que transforma a los individuos en receptores de información de
dudosa procedencia, incapaces de cuestionar nada y mucho menos de intentar
cambiar la realidad que nos asfixia.
Nuestra interrogante sobre la
utilidad de una humanidad idiotizada revela una lógica perversa: la
estupidización como modelo de negocios. Una población desprovista de
pensamiento y brújula moral se convierte en el sujeto ideal para el consumo
desmedido, la manipulación política y la explotación laboral. En este
escenario, la industria del entretenimiento, los medios masivos de comunicación
y las redes sociales operan como arquitectos de la distracción. Como señala
Noam Chomsky, la propaganda es a la democracia lo que la violencia es a la
tiranía, porque no se trata simplemente de la transmisión de datos, sino de la
creación de necesidades artificiales mediante un bombardeo de mensajes que
apelan a las emociones más primarias, desviando la atención de los problemas
fundamentales. Esta estrategia, como bien describe Neil Postman, sumerge a la
sociedad en un "océano de irrelevancias" en el que la información
significativa se ahoga en trivialidades.
En definitiva, creo que a esta
altura del texto ha quedado claro que la estupidización no es un subproducto
accidental, sino una estrategia deliberada para mantener esta estado de
inoperancia permanente en todos los estratos sociales, donde la ignorancia se
convierte en un valor, un bien de cambio del poder. Ahora bien, ante esta
situación sería normal que nos preguntemos: ¿a quién le sirve una humanidad
idiota? Desde hace mucho tiempo, estamos enunciando que promocionar la idiotez
es un negocio redondo para unos pocos que mueven casi todos los hilos: una
humanidad acrítica e inmoral es un consumidor dócil, un votante maleable, un
trabajador sumiso, un ciudadano egoísta y egocéntrico, etc. En esta tarea tan
rentable, pero denigrante, la industria cultural al servicio del poder
económico y político le saca el jugo a la vulnerabilidad que ella misma
siembra: recordemos brevemente lo que sostiene Chomsky en "Los guardianes
de la libertad", al sostener que no es tanto un medio para transmitir
información, sino más bien un medio para crear necesidades innecesarias.
Mientras estamos siendo coaccionados por mensajes que apelan a lo más primitivo
y banal, estamos también desviando nuestra atención de los problemas reales más
acuciantes que nos degradan como personas y como comunidad.
No podemos dejar de lado el
análisis particular de la esfera política, totalmente corrompida y
desmoralizada, que se ha transformado en un espectáculo amarillista donde la
imagen y el eslogan patético eclipsa la sustancia, a saber, el bien común. Esta
metamorfosis refleja la inquietante visión que tiene Aldous Huxley en "Un
mundo feliz", al advertir que una dictadura perfecta tendría "la
apariencia de una democracia, pero sería esencialmente una prisión sin muros,
en la que los prisioneros no soñarían siquiera con escapar" (Huxley, 1932,
p.220). Esta prisión sin barrotes se ha construido sobre la manipulación de la
opinión pública, la creación de necesidades artificiales y la promoción del
individualismo exacerbado. La política, así, se convierte en un juego de
apariencias, donde la retórica vacía y las promesas incumplidas reemplazan el
debate inteligente, la gestión responsable y el compromiso ciudadano.
Al respecto, el politólogo
Sheldon Wolin en "Democracy Incorporated" (2008), hemos presenciado
la emergencia de una "democracia invertida", donde las corporaciones
y los intereses privados ejercen un control desproporcionado sobre el proceso
político. En este contexto, la estupidización se erige como un mecanismo de
control sumamente eficiente, porque la falta de pensamiento crítico permite la
aceptación acrítica de narrativas dominantes (agendas político-culturales
bajadas por organismos internacionales, sobre todo a países con problemas
económicos). No son accidentales las políticas de austeridad fiscal promovidas
por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que a menudo se
imponen sin un debate público informado, lo que resulta en recortes en
inversión educativa de calidad, salud y seguridad, mientras que obliga a
destinar gran parte de los fondos que "prestan" a asuntos de agenda
global que no sirven para absolutamente nada. Tampoco es accidental que, en el
mismo municipio en el que la lluvia devastó completamente a la población, se
invierta por año unos cuatro mil millones de pesos en políticas de género o
cuenten con concejales que cobran sueldos superiores a los dos millones de
pesos por mes (prioridades, te las debo).
Aunque insidiosa, la
estupidización no es un destino irrevocable. La resistencia que pregonamos
desde este humilde lugar se fragua en la recuperación del pensamiento crítico,
un acto de insubordinación intelectual urgente y necesario. La educación, lejos
de ser un mero mecanismo de transmisión de información para que los chicos
aprueben sin aprender, debe convertirse en un espacio de deliberación sesuda y
cuestionamiento con argumentos sólidos. El periodismo, liberado de las ataduras
del poder económico y político, debe erigirse como un faro de veracidad,
iluminando los rincones oscuros de la desinformación entretenida. La duda, la
curiosidad y el debate riguroso deben ser restaurados como pilares de nuestra
cultura, exigiendo información veraz y educación de calidad como derechos
indiscutibles e inalienables.
Como nos recuerda la gran Hannah Arendt en su obra "La condición humana" (1958), "la capacidad de pensar es lo que nos hace ser humanos", motivo por el cual es imprescindible resistir al arrebato de nuestra esencia para no seguir siendo autómatas de la conformidad impuesta por un grupete de degenerados con poder. Y recuerden, amigos míos, la estupidización prospera en la indiferencia y en la complacencia, motivo por el cual nuestro antídoto reside en la valentía de cuestionar, analizar, comprender y dejar de repetir como loros lo que "se dice por ahí": la rebelión del pensamiento es un imperativo ético, un acto heroico que espero se ponga de moda para poder redefinir nuestra humanidad devastada.