"Una verdadera soberanía financiera implica que el Estado no dependa de fuentes externas de financiación que puedan condicionar sus decisiones de política interna"
Milton Friedman, Capitalism and Freedom, 1962, p. 84.
La noción de soberanía nacional se erige como uno de los pilares fundamentales del orden político internacional. En su acepción más básica, remite a la autoridad suprema e independiente de un Estado para ejercer poder dentro de su territorio y relacionarse con otros actores internacionales sin injerencias externas. Pues bien, esta soberanía política, intrínsecamente ligada a la capacidad de autodeterminación y al ejercicio pleno de la voluntad de cada pueblo, se ve peligrosamente erosionada cuando la autonomía económica de una nación se encuentra subyugada a las dinámicas y decisiones de potencias extranjeras, particularmente a través de la dependencia de su moneda.
Para comprender la profundidad de este problema, es
necesario que comencemos a desglosar el concepto de soberanía, desde un punto
de vista político. Jean Bodin, en su obra "Los seis libros de la
república" (1576), definió la soberanía como "el poder
absoluto y perpetuo de una República", indicando que es potestad
indivisible e inalienable era la esencia misma del Estado la facultad última de
legislar, administrar justicia, declarar la guerra y establecer la paz. Si bien
la concepción de soberanía ha evolucionado desde el siglo XVI, la idea central
de un poder supremo interno, no sujeto a otro poder terrenal, sigue siendo
relevante.
Asimismo, Carl Schmitt señala, en su obra "El
concepto de lo político" (1932), que la soberanía reside en la capacidad
de decidir sobre el "estado de excepción", es decir, aquel límite
donde las normas ordinarias son completamente suspendidas, revelando la
autoridad última que define la existencia política de una comunidad. Si el
concepto les resulta extraño, sólo tienen que pensar en lo sucedido durante la
cuarentena reciente, producto de la pandemia por CODIV-19: el Estado, en su potestad
superior, decide cerrar fronteras, restringir la circulación y obligar, con
fuerza de ley, a todos los ciudadanos a permanecer en sus hogares.
Ahora bien, esta soberanía política se torna frágil
e incompleta si no se sustenta en una sólida soberanía económica. La capacidad
de una nación para gestionar sus propios recursos, definir sus políticas
productivas, comerciales y financieras, y controlar su destino económico, es un
componente esencial de su autonomía real. Al respecto, Friedrich List
argumentaba, en su "Sistema nacional de economía política" (1841),
que la "fuerza productiva" de una nación, que
incluye no sólo sus recursos naturales sino también su capital humano, su
tecnología y su capacidad de organización, es la base de su independencia y
prosperidad. Pues qué belleza, suena bastante bien, pero en el plano trágico de
lo real, la dependencia económica forzada, especialmente la dependencia
monetaria, socava esta fuerza productiva y limita severamente la capacidad de
un Estado para ejercer su soberanía política de manera efectiva.
La adopción forzada o la internalización estructural
de una moneda extranjera como resguardo de valor de la reserva nacional, en
este caso el dólar estadounidense, constituye una profunda herida a la
soberanía económica. Tengamos en cuenta que, cuando un país no tiene la
capacidad de controlar el valor de su propia moneda con credibilidad y
estabilidad, se ve obligado a navegar en un mar económico cuyas corrientes son
definidas por las decisiones de otro Estado. Como afirmaba el tan criticado por
los libertario John Maynard Keynes, en su obra titulada "Las consecuencias
económicas de la paz" (1919), "no hay medio más sutil y
seguro de subvertir la base existente de la sociedad que corromper su moneda.
Este proceso compromete todas las fuerzas ocultas de la ley económica del lado
de la destrucción, y lo hace de una manera que nadie es capaz de diagnosticar".
Aunque Keynes se refería particularmente a la inflación, su advertencia sobre
la vulnerabilidad inherente a la manipulación monetaria resuena con la
dependencia que tiene un país de una moneda emitida en el extranjero.
La realidad para muchos países, especialmente en
Hispanoamérica y el mundo "en desarrollo", es que sus economías
operan obligadas bajo la sombra del dólar. Las transacciones internacionales se
realizan predominantemente en esta divisa, los precios de las commodities se
fijan en dólares, y las reservas de valor de sus bancos centrales se acumulan,
en casi su totalidad, en esta moneda. Consecuentemente, la dolarización, ya sea
formal o informal, implica que las políticas monetarias y las decisiones
económicas que toma la Reserva Federal de los Estados Unidos tienen un impacto
directo y significativo en la estabilidad de estas naciones. Tengamos en cuenta
que un aumento en las tasas de interés en Estados Unidos puede generar fugas de
capitales, devaluaciones de las monedas locales y crisis de deuda en países
dependientes del dólar. Sin ir más lejos, hoy podemos apreciar cómo la política
comercial "proteccionista" estadounidense afecta negativamente las
exportaciones y el crecimiento económico de estas naciones, porque en esencia,
se transfiere una porción significativa de la capacidad de decisión económica a
un actor externo, limitando así la autonomía para implementar políticas que
respondan a las necesidades internas.
Teniendo en cuenta lo precedentemente enunciado,
resulta, cuanto menos, paradójico, e incluso ridículo, observar cómo los países
que están dotados de abundantes y valiosos recursos naturales, con una riqueza
intrínseca en sus tierras, minerales, energía y biodiversidad, se ven obligados
de mendigar estabilidad económica a través de la adopción tácita o explícita de
una moneda extranjera. La imagen de una nación rica en recursos, pero
económicamente vulnerable a cada estornudo financiero de Washington, es un
claro síntoma de una soberanía incompleta que a nadie parece molestarle, o
también, una autonomía mutilada por la dependencia monetaria a la que jamás nos
debimos acostumbrar.
Ahora bien, les pregunto, queridos lectores, ¿cómo
es posible que un país con vastas reservas de litio, petróleo, cobre y tierras
fértiles deba su estabilidad económica a la política monetaria de otro Estado
que quizá carece de esos mismos recursos en la misma magnitud? Evidentemente,
esta situación revela una profunda asimetría de poder, donde la capacidad de
emitir la moneda de reserva global otorga una influencia desproporcionada a la
nación emisora, permitiéndole externalizar costos y condicionar las políticas
de otros.
En este punto de la reflexión, creo que es necesario
indicar que la dependencia del dólar no es un fenómeno natural ni inevitable.
Se trata, más bien, del resultado de procesos históricos, de relaciones de
poder desiguales y, en muchos casos, de la internalización de un paradigma
económico que prioriza la estabilidad nominal anclada a una moneda
"fuerte" extranjera por encima de la construcción de una moneda
nacional robusta y creíble. Esta situación de dependencia por imposición
también ha perpetuado un círculo vicioso: la falta de confianza en la moneda
local impulsa la dolarización, y la dolarización debilita aún más la capacidad
de cada Estado para gestionar su propia política monetaria y construir
confianza.
Para comprender de manera cabal el asunto de la
autonomía financiera, procedamos a interpretar algunos ejemplos históricos de
soberanía monetaria. Si bien la dependencia del dólar estadounidense como
moneda de reserva y ancla de valor es una realidad extendida, existen ejemplos
de naciones que han logrado construir y mantener sus monedas fuertes,
preservando así una mayor autonomía en su política económica y fortaleciendo su
soberanía. En estos casos vamos a ver claramente que la dependencia no es un destino
inevitable, sino una condición que puede ser trascendida mediante políticas
económicas prudentes, instituciones sólidas y una visión estratégica a largo
plazo.
Uno de los ejemplos más emblemáticos es el del Reino
Unido y su Libra Esterlina (GBP). A lo largo de su historia, el Reino Unido
construyó un imperio comercial y financiero cuya moneda llegó a ser la
principal divisa de reserva mundial. Si bien su preeminencia disminuyó con el
ascenso del dólar tras la Segunda Guerra Mundial, la libra esterlina ha
mantenido su estatus como una moneda importante a nivel global. El Banco de
Inglaterra, con una larga tradición de independencia y credibilidad, ha
desempeñado un papel crucial en la gestión de la política monetaria y en el
mantenimiento de la estabilidad de la libra.
A pesar de sus fluctuaciones y los desafíos
económicos, el Reino Unido ha conservado la capacidad de emitir y controlar su
propia moneda, utilizándola como una herramienta fundamental de su política
económica y sin depender de una moneda extranjera para sustentar su valor. En
este caso puntual, se demuestra que una historia de estabilidad, instituciones
fuertes y una gestión económica autónoma pueden consolidar una moneda nacional
robusta.
La libra esterlina, como moneda fiduciaria moderna,
no tiene un sustento material directo, como el oro o la plata. Su valor se basa
en la confianza que el público y los mercados tienen en la economía del Reino
Unido, en la estabilidad de sus instituciones (especialmente del Banco de
Inglaterra) y en la política monetaria que implementa. Históricamente, la libra
estuvo ligada a metales preciosos, particularmente a la plata (de ahí el
término "esterlina", que se asocia a la pureza de la plata). En el
siglo XIX y principios del XX, adoptó el patrón oro, donde la libra era
convertible a una cantidad fija de oro, aunque este sistema se abandonó
definitivamente en 1931.
Actualmente, la libra esterlina se emite contra
activos que posee el Banco de Inglaterra: deuda pública (comprando bonos
emitidos por el gobierno británico, inyectando libras en la economía); reserva
de divisas (manteniendo reservas en otras monedas como dólares o euros) y
compra-venta de las mismas para influir en la cantidad de libras en circulación
y otros activos. Es importante entender que en el sistema fiduciario actual, el
valor de una moneda no reside en un bien físico subyacente, sino en la gestión
responsable de la política monetaria por parte del banco central, la fortaleza
de la economía que la respalda y la confianza general en su estabilidad como
medio de intercambio y depósito de valor.
El precitado ejemplo demuestra que la construcción
de una moneda fuerte y la reducción de la dependencia de divisas extranjeras
son objetivos alcanzables. Eso sí, requieren de un compromiso sostenido en el
tiempo con la estabilidad económica, la construcción de democracias e
instituciones creíbles y la implementación de políticas que fomenten la
confianza en la moneda nacional. Si bien el camino es complejo y lleno de
desafíos, la recompensa en términos de autonomía económica y soberanía nacional
es innegable, en tanto que estas naciones han podido demostrar que es posible
navegar la economía global con una moneda propia como ancla de valor, en lugar
de depender de la voluntad y capricho de otros.
En pocas palabras, está claro que haber renunciado a
la plena soberanía monetaria nos ha implicado ceder una herramienta fundamental
para el desarrollo económico, independientemente de que estemos nadando en oro,
petróleo o litio. Un Estado con control sobre su moneda puede utilizarla para
estimular la demanda interna, financiar sus proyectos de inversión, gestionar
la inflación y responder a los shocks económicos de manera autónoma. La
dependencia del dólar ata las manos de los gobiernos, limitando su capacidad
para implementar políticas contracíclicas efectivas y para promover un
desarrollo económico que responda a las necesidades específicas de su
población.
Creo que, al menos desde la perspectiva que hemos mostrado hoy aquí, la búsqueda de una soberanía plena y una autonomía real exige un esfuerzo consciente por reducir la dependencia que tenemos de la moneda extranjera. Esto no implica necesariamente caer en un aislamiento económico, sino en propiciar la construcción de una moneda nacional fuerte y estable, respaldada por una economía diversificada y productiva, y por instituciones sólidas y transparentes que no utilicen los Bancos Centrales como fábrica de hacer billetes según su conveniencia populista. Sólo así, los países ricos en recursos podrán traducir esa abundancia natural en bienestar para sus ciudadanos, sin verse constantemente amenazados por las decisiones económicas que toma el presidente psicópata de una potencia extranjera. La verdadera soberanía reside, entonces, en la capacidad de decidir nuestro propio destino, incluyendo, por supuesto, el destino de la propia moneda.
Lisandro Prieto Femenía