Nota de Opinión
Al calor del poder, la violencia se disfraza de liderazgo, desafiando e invalidando los avances en materia de género logrados por la lucha de miles de mujeres y disidencias. La denuncia contra Alberto Fernández, ex presidente de la República Argentina, por violencia de género, ha desencadenado una avalancha de debates, comunicados y repudios que merece un análisis profundo.
Este caso ha tenido una consecuencia
histórica: por primera vez, referentes de todo el espectro político se han
pronunciado en contra de la violencia de género y, casi sin reservas, han
apoyado a Fabiola Yañez. Incluso, se han escuchado voces desde el oficialismo,
que previamente había criticado al movimiento de mujeres y desmantelado
políticas clave como la Línea 144, destinada a brindar asistencia a víctimas de
violencia de género, recortando el personal en un 80%.
La lección más evidente es que el
machismo atraviesa todos los partidos políticos. Sin embargo, resulta difícil
creer que tanta indignación se traduzca en un compromiso sólido para prevenir y
erradicar las violencias que enfrentan mujeres y disidencias.
Casos como el de un joven que mató a
su amiga, el de una joven desaparecida tras tomar un taxi y hallada asesinada,
y el de un ex presidente que cometió agresión física contra su ex pareja,
revelan que el ejercicio de la violencia no está distante ni en la otredad: el
violento puede estar cerca, ser tu amigo, compañero de facultad o incluso
presidente.
La denuncia contra Fernández no solo
implica un cuestionamiento a la política y a las asimetrías de poder, sino que
se suma a otros casos como los de José
Alperovich (ex senador nacional), Fernando Espinoza (intendente de La Matanza)
y el crimen de Cecilia Stzywski en Chaco, que bajo el manto de la impunidad
política salpican al peronismo. Sin embargo, no solo el justicialismo debe
revisar sus estructuras internas, sino todas las organizaciones políticas.
La violencia no tiene partido; hay un
sistema diseñado para avalar prácticas que se perpetúan y reproducen. Alberto
Fernández no es una excepción, sino más bien una norma. No es casualidad la
masculinización del electorado de Javier Milei, el retroceso en políticas de
género o que diferentes políticos hayan abandonado las banderas de la igualdad
para ganar apoyo electoral.
El machismo se desvela en cada
sector, y tras estos hechos, se han generado discursos de repudio que cargan
sobre las mujeres militantes y el feminismo, cuestionando los derechos
adquiridos. También se ha puesto en tela de juicio la eficacia de las políticas
públicas que no han logrado revertir que en nuestro país haya un femicidio cada
37 horas.
Nuestra generación está marcada por
las transformaciones aceleradas que el feminismo ha traído a la vida política.
A pesar de los retrocesos y los desafíos, debemos reconocer las grandes
transformaciones logradas por el movimiento de mujeres en pro de la igualdad y
el bienestar general de mujeres y disidencias.
Las juventudes tenemos mucho trabajo
por delante. Comprometidos con nuestro presente y, particularmente, con nuestro
futuro, es necesario cambiar el paradigma y hacer de la política un lugar
seguro. Desafiando la obsecuencia y complicidad que impregnan de cinismo e
hipocresía a los partidos políticos y al poder, debemos ser resistencia en
tiempos de hostilidad y descrédito. Fieles a los ideales que nos dieron origen,
continuemos con una lucha que nos hermana, porque, como se dice: "Si una
mujer entra a la política, cambia la mujer. Si muchas mujeres entran a la
política, la que cambia es la política".
Antonela Ciparelli Moreno y
Rosella M. Pasetti.