La adversidad tiene el don de despertar talentos
que en la prosperidad hubieran permanecido dormidos.
Horacio
Hoy quisiera invitarlos a
reflexionar sobre la resiliencia, entendida como la capacidad de sobreponernos
a las adversidades. Este poder ha sido objeto de la reflexión filosófica desde
la antigüedad, ya que el ser humano siempre ha estado marcado por el sufrimiento,
el dolor y las dificultades recurrentes. Desde los primeros pensadores hasta
las corrientes contemporáneas, la resiliencia ha sido vista como una virtud
fundamental para enfrentar las inevitables pruebas que nos presenta la vida.
Traemos este análisis a la mesa porque, aunque nuestra historia siempre estuvo
llena de retos, hoy vivimos en una era donde la violencia mediática y digital
parece recrudecer las dificultades.
Una de las primeras
aproximaciones a la resiliencia desde la filosofía se encuentra en el
estoicismo y, particularmente, Epicteto, para quien la clave de sobreponerse a
las dificultades radica en la capacidad que tenemos de controlar nuestras
propias reacciones frente a eventos externos. Esa enseñanza implica que la
resiliencia no se basa en cambiar las circunstancias que puedan resultarnos
penosas, sino en cambiar la manera en que nos relacionamos con ellas.
"No son las cosas las que
nos perturban, sino la opinión que tenemos de ellas" (Epicteto,
"Enchiridion", 5).
Un claro ejemplo, clásico, de
la resiliencia según los estoicos, podría ser el caso de una persona que
enfrenta la pérdida de un empleo: desde la perspectiva externa, perder el
trabajo puede ser una experiencia desesperante y dolorosa, que genera ansiedad
y preocupación por el futuro. Sin embargo, desde este enfoque, la persona
resiliente no se enfoca en el hecho de haber perdido el trabajo (algo que está
fuera de su control), sino en cómo decide reaccionar ante esta situación.
Siguiendo los pasos de
Epicteto, la persona puede optar por ver esta pérdida como una oportunidad para
replantear su vida, buscar nuevas posibilidades o desarrollar habilidades que
antes no había considerado. En lugar de hundirse en la depresión, la frustración
o la desesperación, la persona resistiría el embate adaptándose, encontrando
fuerza interior y decidiendo que esta experiencia circunstancial no lo
definirá, sino que será un impulso hacia una nueva etapa. Este cambio en la
perspectiva es lo que define la resiliencia: la capacidad de enfrentar una
adversidad sin ser destruido por ella, sino encontrando un sentido que permita
sobrellevarla y eventualmente superarla.
"La mente adapta y
convierte cualquier obstáculo en una oportunidad" (Marco
Aurelio, "Meditaciones", 5.20).
Por su parte, Marco Aurelio en
sus "Meditaciones" instaba a la fortaleza interna frente a las
adversidades, destacando el poder que tiene nuestra mente para revertir un
inconveniente en posibles soluciones. En ambos casos, la resiliencia es concebida
como una fuerza interna que nos permite transformar el dolor en crecimiento y
sabiduría.
También Friedrich Nietzsche
tiene algo para decirnos al respecto, puesto que ofrece una visión de la
resiliencia que se vincula con su concepto de "voluntad de poder".
Para el filósofo más bigotón de la historia, la vida está llena de sufrimiento
y caos, pero es precisamente a través de la afirmación del dolor y la
adversidad que el individuo puede superarse así mismo.
Desde esta perspectiva, la
resiliencia es un acto de autoafirmación frente al sufrimiento, es decir, una
capacidad para transformar la adversidad en una fuente de fortaleza, porque
Nietzsche no ve el sufrimiento como algo que tenemos que evitar a toda costa,
sino como una condición inevitable de nuestra existencia. Evidentemente aquí,
la resiliencia es un poder de resistencia fundamental para enfrentar el caos de
la vida y para trascender nuestras limitaciones: en este contexto, lo que allí
se conoce como "voluntad de poder" se convierte en la expresión
máxima de resiliencia como superación activa de las dificultades.
"Lo que no me mata, me
hace más fuerte" (Nietzsche, "Así habló
Zaratustra", Prólogo).
En este contexto, también
resulta relevante recordar la célebre reflexión de Nietzsche que versa: 'Aquel
que tiene un "por qué" para vivir, puede soportar casi cualquier
"cómo"' (Nietzsche, "El ocaso de los ídolos",
1889). Esta afirmación resalta el papel fundamental que tiene la capacidad
humana para resistir a la adversidad. Aquí, el sufrimiento es más soportable
cuando está orientado hacia un propósito o significado trascendente, sin perder
de vista que esta fortaleza no debe llevarnos a justificar situaciones de
opresión o sufrimiento innecesario que podrían ser transformadas: la
resiliencia, en este sentido, requiere de una reflexión crítica sobre cuándo resistir
y cuándo actuar para cambiar las condiciones que generan dolor.
Consecuentemente, el
existencialismo de Jean-Paul Sartre encontrará la resiliencia en la
manifestación de la responsabilidad radical del individuo frente a su libertad.
El filósofo francés sostuvo que, a pesar de las circunstancias externas, el ser
humano es completamente libre para darle sentido a su vida, lo que implica que,
aunque la existencia esté marcada por la angustia y el sufrimiento, la
resistencia emerge de la capacidad del individuo de asumir su libertad y poder
crear significados a partir de lo que le acontece.
No debemos olvidar que para
Sartre, esta libertad absoluta conlleva tras de sí una carga existencial, pero
es precisamente en la aceptación de esta condición que se puede encontrar la
fuerza para poder sobreponerse a las dificultades. En este sentido, la
resiliencia no es solamente resistencia pasiva, sino que representa la
capacidad de enfrentar las contingencias de la existencia y elegir cómo actuar
frente a ellas, transformando la desesperanza en acción creativa: si he de
sufrir, pues lo haré según mi criterio y no el tuyo.
"Estamos condenados a ser
libres" (Sartre, "El ser y la nada",
1943)
Llegando a este punto, es
preciso que repasemos brevemente la relación que existe entre la resiliencia y
la dignidad humana en un mundo asquerosamente violento. En nuestro contexto
actual, donde la violencia, la guerra y la desigualdad afectan la dignidad
humana de manera alarmante, la resiliencia emerge como una herramienta crucial
para resistir la degradación moral de la humanidad.
Justamente Hannah Arendt, en
su análisis sobre la condición humana, nos advierte sobre la fragilidad de la
vida política y social, destacando cómo el poder opresivo puede despojar a los
seres humanos de su dignidad. En este enfoque, podemos ver que la resiliencia
no solo debe ser una respuesta personal al sufrimiento, sino una lucha activa
por preservar la dignidad frente a un creciente proceso global de
deshumanización.
Vista así, la resiliencia se
convierte en una capacidad ofensiva y defensiva contra las fuerzas que atentan
permanentemente contra nuestra dignidad, tanto a nivel individual como
colectivo. En un mundo que parece estar cada vez más marcado por la violencia
estructural, la explotación y el abuso, la resiliencia debe ir acompañada de
una afirmación de los valores humanos fundamentales, como la compasión, la
justicia y el respeto por la vida de todos.
"El mal radical tiene el
poder de hacer superflua la vida humana" (Arendt,
"Los orígenes del totalitarismo", 1951)
Hasta aquí, podemos coincidir
en los rasgos generales de los planteos precitados. Pero, y siempre tiene que
existir un "pero" si realmente se quiere pensar, es necesario que nos
preguntemos ¿no es peligroso justificar todas las desgracias como oportunidades
para aprender algo de la vida? Si bien es cierto que algunas de estas posturas
pueden invitarnos a buscar fortaleza interna y resignificar las adversidades,
llevar esta perspectiva al extremo puede resultar problemático.
Si bien el estoicismo nos
ofrece una herramienta poderosa para poder encarar los embates de la vida, es
importante que utilicemos la razón y maticemos su aplicación: la idea de
cambiar nuestra relación con las circunstancias, en lugar de intentar
modificarlas, tiene un valor indiscutible. Sin embargo, llevar esta propuesta
al extremo genera una suerte de aceptación pasiva de la injusticia y el
sufrimiento, lo que resultaría profundamente servicial al victimario.
Un ejemplo concreto de esta
crítica es el caso puntual de las injusticias sociales: si alguien que vive en
la pobreza extrema, o que sufre explotación laboral, sigue la lógica del coach
ontológico "por algo suceden las cosas", podría resignarse a su
situación y tratar de encontrar sabiduría en medio de la miseria. Si bien la
resiliencia es necesaria para soportar los maltratos y los abusos de un sistema
preponderantemente injusto, pretender que cada golpe sea una oportunidad de
crecimiento se vuelve un acto de complicidad con las estructuras que perpetúan
ese malestar.
"El sufrimiento humano
debe ser confrontado y aliviado, no solo recontextualizado
filosóficamente" (Nussbaum, "The Therapy of
Desire", 1994).
Como podemos apreciar, es
importante saber leer las propuestas éticas-prácticas con un ojo crítico y
realista porque el riesgo que se corre es evidente: si adoptamos una actitud de
aceptación total, nos volvemos ciegos ante las posibilidades de cambiar esas
mismas circunstancias que nos están arruinando la vida. Esta forma extrema de
resiliencia, lejos de ser una herramienta para la libertad, puede convertirse
en un mecanismo justificador de injusticias que, en realidad, deberían ser
combatidas.
"La exigencia de que el
dolor se comprenda como mérito —como en última instancia lo exige el
estoicismo—, es el canon de la tortura espiritual y de la decadencia. Lo que en
un tiempo servía para mitigar el sufrimiento, hoy sólo sirve para hacer soportable
lo que es insoportable" (Theodor Adorno,
"Minima Moralia", 1951).
En el sentido previamente
expuesto, el peligro radica en confundir la virtud de la resiliencia con una
resignación que, a veces raya en la apatía moral, un problema que se ha
potenciado en nuestros días con la tendencia contemporánea de convertir la adversidad
en un mero producto motivacional. Exponemos esta crítica porque hemos notado
que se trata de un "desliz" bastante frecuente en algunas formas de
pensamiento que, bajo la apariencia de "sabiduría", promueven una
suerte de coaching ontológico que intenta traducir todo sufrimiento en lección
de vida u oportunidad de desarrollo, y eso, amigos míos, son patrañas.
Podemos aceptar que es
"positivo" buscar el lado constructivo de las experiencias difíciles,
pero es inaceptable sugerir que todo mal debe ser simplemente aceptado y
resignificado: esa postura abandona la profundidad filosófica y se convierte en
una versión trivializada de la resiliencia cuya única función es convencernos
de que todo lo angustiante que nos sucede, en definitiva, es culpa nuestra por
no saberlo "interpretar". El contrapeso que hoy les ofrezco se
sustenta en la necesidad de mantener un equilibrio entre la fortaleza interna y
el reconocimiento de que, en muchos casos, la verdadera sabiduría también
radica en enfrentar y transformar las condiciones injustas, en lugar de
simplemente aceptarlas.