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01/03/25

Editorial: La violencia política como síntoma de la erosión democrática



El ataque sufrido por el diputado Facundo Manes a manos de Santiago Caputo, figura cercana al entorno del presidente Javier Milei, no es solo un episodio aislado de violencia, sino un reflejo alarmante de la degradación del diálogo político en Argentina. Según el relato de Manes, Caputo lo amenazó, y su entorno lo agredió físicamente y le advirtió: “Ahora me vas a escuchar y me vas a conocer”. Más allá de las investigaciones pendientes —que deben ser inmediatas y transparentes—, el hecho de que un legislador denuncie públicamente este tipo de actos plantea preguntas incómodas: si un representante electo teme por su integridad, ¿qué queda para periodistas, activistas o ciudadanos críticos? 

Contexto y gravedad institucional

 
La violencia política no es nueva en la historia argentina, pero su resurgimiento en un contexto de polarización extrema y retórica incendiaria desde el poder exige una reflexión urgente. Manes, crítico firme del gobierno de Milei, vincula el episodio directamente con lo que llama un proyecto de “instalación del miedo”. Aunque es esencial evitar juicios precipitados hasta que se esclarezcan los hechos, la denuncia no puede minimizarse: atacar a un legislador no es solo un delito común, sino un golpe a la institucionalidad. 

El mensaje detrás de los golpes


La frase atribuida a Caputo —“me vas a escuchar”— sugiere un intento de silenciamiento. Cuando la disidencia se enfrenta a la intimidación, el sistema democrático se resquebraja. Manes acierta al señalar el riesgo de que estas acciones se normalicen: si la violencia se convierte en herramienta de coerción, ¿qué límite protegerá a un trabajador que protesta o a un periodista que investiga? El miedo, como bien advierte el diputado, es el enemigo de la deliberación pública.


El gobierno Milei y la responsabilidad histórica


Más allá de este episodio, el gobierno tiene una responsabilidad ineludible: su discurso, centrado en demonizar adversarios como “casta” o “traidores”, alimenta un clima de hostilidad donde la agresión parece justificarse como “defensa” de una causa superior. Milei, como presidente, debe distanciarse públicamente de cualquier acto violento vinculado a su administración. El silencio, en estos casos, equivale a complicidad.


La prensa y la defensa de las instituciones


Este caso también expone los riesgos que enfrentan quienes ejercen roles clave en la democracia. Manes menciona a los periodistas por una razón: en 2024, Argentina ocupó el puesto 66 en el Índice de Libertad de Prensa de Reporteros Sin Fronteras, con un notable aumento de agresiones a comunicadores. Cuando las élites políticas legitiman la descalificación violenta, los primeros afectados son los eslabones más débiles de la cadena democrática. 

Hacia dónde ir

 
1. Investigación rigurosa: La Justicia debe determinar responsabilidades sin ceder a presiones. Si hay culpables, deben enfrentar consecuencias ejemplares. 
2. Diálogo republicano: Los líderes políticos —oficialistas y opositores— tienen el deber de bajar los tonos. La política no es una guerra, sino el arte de negociar coexistencias.

3. Protección a disidentes: El Estado debe garantizar seguridad a quienes alzan la voz, sea Manes, un sindicalista o un ciudadano anónimo. 

Conclusión

El ataque a Facundo Manes no es solo una anécdota bochornosa: es un síntoma de que Argentina está jugando con fuego. La democracia no se pierde solo con golpes de Estado; también se erosiona cuando el odio reemplaza al debate, cuando las amenazas sustituyen a los argumentos. Hoy, más que nunca, es tiempo de elegir entre la república o la barbarie. Que este episodio sirva como campanazo de alerta.  


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Román Reynoso 2025

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