El ataque sufrido por
el diputado Facundo Manes a manos de Santiago Caputo, figura cercana al entorno
del presidente Javier Milei, no es solo un episodio aislado de violencia, sino
un reflejo alarmante de la degradación del diálogo político en Argentina. Según
el relato de Manes, Caputo lo amenazó, y su entorno lo agredió físicamente y le
advirtió: “Ahora me vas a escuchar y me vas a conocer”. Más allá de las
investigaciones pendientes —que deben ser inmediatas y transparentes—, el hecho
de que un legislador denuncie públicamente este tipo de actos plantea preguntas
incómodas: si un representante electo teme por su integridad, ¿qué queda
para periodistas, activistas o ciudadanos críticos?
Contexto y gravedad institucional
La violencia política no es nueva en la historia argentina, pero su
resurgimiento en un contexto de polarización extrema y retórica incendiaria
desde el poder exige una reflexión urgente. Manes, crítico firme del gobierno
de Milei, vincula el episodio directamente con lo que llama un proyecto de “instalación
del miedo”. Aunque es esencial evitar juicios precipitados hasta que se
esclarezcan los hechos, la denuncia no puede minimizarse: atacar a un
legislador no es solo un delito común, sino un golpe a la
institucionalidad.
El mensaje detrás de los
golpes
La frase atribuida a Caputo —“me vas a escuchar”— sugiere un intento de
silenciamiento. Cuando la disidencia se enfrenta a la intimidación, el sistema
democrático se resquebraja. Manes acierta al señalar el riesgo de que estas
acciones se normalicen: si la violencia se convierte en herramienta de coerción,
¿qué límite protegerá a un trabajador que protesta o a un periodista que
investiga? El miedo, como bien advierte el diputado, es el enemigo de la
deliberación pública.
El gobierno Milei y la responsabilidad histórica
Más allá de este episodio, el gobierno tiene una responsabilidad ineludible: su
discurso, centrado en demonizar adversarios como “casta” o “traidores”,
alimenta un clima de hostilidad donde la agresión parece justificarse como
“defensa” de una causa superior. Milei, como presidente, debe distanciarse
públicamente de cualquier acto violento vinculado a su administración. El
silencio, en estos casos, equivale a complicidad.
La prensa y la defensa de las instituciones
Este caso también expone los riesgos que enfrentan quienes ejercen roles clave
en la democracia. Manes menciona a los periodistas por una razón: en 2024,
Argentina ocupó el puesto 66 en el Índice de Libertad de Prensa de Reporteros
Sin Fronteras, con un notable aumento de agresiones a comunicadores. Cuando
las élites políticas legitiman la descalificación violenta, los primeros
afectados son los eslabones más débiles de la cadena democrática.
Hacia dónde ir
1. Investigación rigurosa: La Justicia debe determinar responsabilidades
sin ceder a presiones. Si hay culpables, deben enfrentar consecuencias
ejemplares.
2. Diálogo republicano: Los líderes políticos —oficialistas y
opositores— tienen el deber de bajar los tonos. La política no es una guerra,
sino el arte de negociar coexistencias.
3. Protección a disidentes: El
Estado debe garantizar seguridad a quienes alzan la voz, sea Manes, un
sindicalista o un ciudadano anónimo.
Conclusión
El ataque a Facundo Manes no es solo una anécdota bochornosa: es un síntoma de que Argentina está jugando con fuego. La democracia no se pierde solo con golpes de Estado; también se erosiona cuando el odio reemplaza al debate, cuando las amenazas sustituyen a los argumentos. Hoy, más que nunca, es tiempo de elegir entre la república o la barbarie. Que este episodio sirva como campanazo de alerta.
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