«Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco»
Epicuro
En la filosofía de
Aristóteles, el cuidado del cuerpo ocupa un lugar significativo,
particularmente en relación con su concepción de la "areté", o
"virtud", y la búsqueda de la "eudaimonía" (felicidad o
florecimiento humano". Recordemos que Aristóteles ve el cuerpo no como un
fin en sí mismo, sino como un medio que nos facilita el desarrollo de las
virtudes y la vida en plenitud: el equilibrio y la moderación son fundamentales
en el cuidado del cuerpo, ya que un cuerpo bien cuidado contribuye al bienestar
de la mente y permite a la persona dedicarse de lleno a la vida contemplativa y
a la virtud.
Evidentemente, no se puede
pasar por Aristóteles sin que nos rete y nos llame a comprender la importancia
que tiene la moderación y el equilibrio. En su obra "Ética a
Nicómaco" sostuvo que el cuidado del cuerpo debe orientarse por la virtud
de la templanza o moderación, puesto que mediante ella se consigue el
equilibrio entre el exceso y el defecto en cuanto a los placeres y los deseos
del cuerpo. Aristóteles nos advierte sobre los peligros de los excesos en
relación con el cuidado de sí, señalando que "el exceso destruye
la naturaleza misma de los cuerpos, pero la moderación la preserva" ("Ética
a Nicómaco", II, 6).
De esta manera, se deduce que
un cuerpo maltratado por los vicios o descuidados por la falta de atención, se
convierte en un obstáculo para la virtud y la felicidad, fines últimos de la
vida humana. La moderación, a diferencia de la precitada actitud de templanza,
facilita una vida equilibrada y permite que tanto cuerpo como mente funcionen
armoniosamente
Como siempre, Aristóteles
analiza la cuestión del cuidado no solo en función de las posibilidades
individuales de la persona, sino que también contempla las repercusiones
sociales, puesto que de ello depende el cumplimiento o no de nuestras
obligaciones para con nosotros mismos y los demás. En su "Política",
enfatizó que "la primera y más fundamental parte de la educación
es la gimnasia" ("Política", VIII, 1337b), ya que un
cuerpo fuerte y saludable permite soportar las dificultades de la vida y
desempeñarse adecuadamente en nuestras responsabilidades familiares y cívicas.
Eso sí, tenemos que tener en
cuenta que para Aristóteles es inconcebible la actual moda de rendirle culto
excesivo al cuerpo torneado en un gimnasio mientras se comparte en redes
sociales para el deleite de los demás, cual maniquí en escaparate. El peripatético
nos advierte contra el exceso en la educación física y el cuidado corporal,
porque el objetivo principal es preparar al cuerpo para servir a la mente, y no
al revés. La actividad física debe ser, según Aristóteles, adecuada, no
esclavizante, puesto que contribuye a una salud equilibrada que le permita al
individuo enfocar sus energías en la adquisición de conocimientos y la práctica
de las virtudes
"La naturaleza humana
necesita, para desarrollarse bien, tanto un cuerpo sano como un alma noble, y
un cuerpo fuerte ayuda a que el alma sea vigorosa" ("Política",
VII, 1323a).
Tengamos en cuenta que para
esta perspectiva, el cuidado de sí también tiene relevancia en cuanto a su
relación con la mente. No se trata de estar aparentemente sano y lucir fuerte,
sino de contar con las herramientas físicas para poder pensar mejor, por lo que
el eje central de dicho cuidado es su relación con la mente. En su
planteamiento filosófico, Aristóteles menciona la importancia de la vida
contemplativa, que representa el ideal más elevado de la existencia humana, por
lo que un cuerpo sano y en equilibrio permite al individuo dedicarse a esta
vida intelectual y alcanzar la plenitud. Al parecer, entendimos todo al revés:
ahora renunciamos con facilidad al desarrollo de "las capacidades del
alma" (o sea, pensar) para ser instrumentos de la imagen del cuerpo como
objeto de exposición mediática.
"El alma es, en cierto
modo, la realidad y finalidad del cuerpo" ("De
Anima", II, 1, 412b).
Por su parte, los estoicos
tienen un enfoque particular sobre este asunto que se fundamenta en la
distinción entre lo que está bajo nuestro control y lo que no lo está. Para
ello, el cuerpo es un bien "externo", y aunque debe ser cuidado, no
debe convertirse en una fuente de apego o preocupación desmedida.
Evidentemente, la prioridad aquí está en cuidar la mente y el carácter, ya que
estos aspectos sí dependen de nosotros mismos.
En sus
"Meditaciones", Marco Aurelio reflexionó sobre la transitoriedad y la
naturaleza limitada del cuerpo, señalando que éste no debe ser motivo de
ansiedad o excesiva dedicación u obsesión. En definitiva, es importante
recordar cuán efímero es el cuerpo, aunque debe mantenerse en un estado
saludable para que no afecte a la mente, cuyo cuidado no debería ser fuente de
vanidad o superficialidad. ¿Se dan cuenta, amigos míos, qué es lo que realmente
importa aquí?
"Considera cuán
insignificante es todo el universo, y considera cuánto de él ocupa nuestro
cuerpo. Considera, además, cuánto tiempo dura la vida humana en comparación con
la eternidad" (Marco Aurelio, "Meditaciones",
IV, 3).
Por su parte, Epicteto hará
puntual hincapié en el autocontrol corporal como herramienta esencial para
alcanzar la virtud. Tener control sobre sí mismo y lograr la moderación es la
gimnasia físico-mental por excelencia, puesto que "no debemos
preocuparnos por el cuerpo de manera desmedida, sino considerarlo simplemente
como una herramienta, algo que está a nuestra disposición para vivir con virtud
y en armonía con la naturaleza" (Epicteto, "Discursos",
I, 20). Si bien aquí no se niega que el cuerpo necesita cierto grado de
atención para mantenerse funcional, ello no debe convertirse en una distracción
en el camino hacia una vida pretendidamente virtuosa.
Tampoco podemos olvidar a
Séneca, quien en su "Carta a Lucilio" también defiende un enfoque
filosófico propenso a la moderación respecto al cuidado corporal. En pocas
palabras, Séneca nos propone un equilibrio: el cuerpo debe ser cuidado, pero con
moderación, es decir, sin caer en la indulgencia o el desprecio extremo. La
práctica de la virtud requiere de un cuerpo sano, pero la salud no debe ser el
fin último de la vida, sino un medio para vivir con dignidad y autocontrol: de
nada sirve, tampoco, entregar a la parca un cuerpito escultural si dentro del
cráneo no se gestó otra cosa que banalidades y trivialidades.
"Debemos cultivar el
cuerpo no por placer, sino para tenerlo como servidor. La vida virtuosa no
consiste en la privación del cuerpo, pero sí en evitar el exceso". (Séneca,
"Cartas a Lucilio", 15.2).
Tal vez estas coincidencias
teóricas y prácticas sean parte de una antigüedad perdida. Continuemos con
nuestro análisis y veamos si realmente esta cuestión de ser sanos para ser
pensantes pasó de moda en algún momento. Por ejemplo, San Pablo habla del cuerpo
como un templo del Espíritu Santo, resaltando la importancia de cuidarlo no
solo físicamente, sino también moralmente, de modo que sea un reflejo de una
vida piadosa y consagrada al respeto divino.
"¿O no sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de
Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio;
glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales
son de Dios." (1 Corintios 6:19-20, Biblia Reina-Valera
1960).
En la precitada Carta, Pablo
destaca la dignidad de nuestro cuerpo, mostrándolo como una parte de la vida en
Cristo y, por tanto, como algo que merece respeto y cuidado. Claramente, esta
visión implica un llamado a la pureza y a la moderación en las prácticas
físicas cotidianas (sobre todo las "sensuales", que en esos tiempos
eran las que más preocupaban).
Consecuentemente, San Agustín
de Hipona en su "Ciudad de Dios" también encaró el problema de la
importancia del cuerpo, aunque siempre lo consideró como subordinado al alma:
el cuerpo es bueno en sí mismo, ya que es parte de la creación divina, pero
resalta que el cuidado debe estar siempre orientado hacia el bienestar
espiritual. Para Agustín el bienestar y la salud de nuestro cuerpo es
fundamental, pero sólo en la medida en que permite al alma alcanzar la virtud,
porque aquí también el cuerpo no es un fin en sí mismo, sino un medio para la
santidad.
"Dios, creador del
alma y del cuerpo, ordenó que el alma, que es superior, domine el cuerpo, y que
el hombre, con ayuda de la gracia de Dios, pueda así elevarse a lo que es
superior a él mismo, subordinando lo inferior." ("La
Ciudad de Dios", libro XIX, capítulo 4).
Y como hemos mencionado a
Agustín, no podemos olvidar a Santo Tomás, quien en su "Suma
Teológica" trata el cuerpo como una parte integral del ser humano,
unificado con su alma: el cuidado del cuerpo es esencial, pero también debe ser
mediado por la moderación para no caer en la idolatría de la carne o en el
vicio del placer por el placer mismo (hedonismo). En línea con lo planteado
previamente por Aristóteles, aquí Tomás nos dice que el cuidado del cuerpo debe
alinearse con la virtud de la templanza, la cual regula el uso de los bienes
materiales y corporales para alcanzar el bien espiritual (el norte, para todo
aquel que se considere a sí mismo "hijo de Dios").
"El hombre tiene que
cuidar su cuerpo, no por él mismo, sino en cuanto que, al conservarlo, puede
servir mejor a la vida del espíritu y al cumplimiento de los deberes de
justicia y caridad hacia los demás." ("Suma
Teológica", II-II, q. 141, a. 6).
Tras haber realizado un breve
repaso filosófico por escuelas cuidadosa e intencionalmente seleccionadas,
procedamos ahora a preguntarnos ¿cómo fue que llegamos al actual culto hueco al
cuerpo y la obsesión estética como fenómenos dominantes en la sociedad
contemporánea? Pues bien, la constante exposición a imágenes idealizadas en
redes sociales, medios de comunicación y publicidad no hacen otra cosa que
intensificar el deseo de alcanzar una forma física que cumpla con los
estándares ridículos impuestos por cuatro o cinco empresas.
Esta búsqueda patética no solo
afecta la salud física, sino también el bienestar mental y la percepción misma
de nuestra identidad personal. Desde la perspectiva filosófica que hemos
expuesto previamente se puede analizar las implicancias de esta obsesión y sus
consecuencias en la construcción de una sociedad que valora la apariencia por
encima de otros aspectos fundamentales del ser humano.
En tiempos postmodernos,
Michel Foucault realizó un análisis exhaustivo sobre la relación que tiene el
cuerpo y el poder, argumentando que el cuerpo es un campo de control social,
moldeado y disciplinado según las normas y los discursos dominantes. Concretamente,
en su obra "Vigilar y castigar", describió como las instituciones
ejercen un poder que se inscribe directamente en el cuerpo, transformándolo en
un objeto y objetivo de poder.
"El cuerpo es una
realidad biopolítica; la medicina y la higiene lo modelan y disciplinan según
el paradigma de la norma" (Foucault, 1975).
Este control sobre los cuerpos
y su estética no solo es evidente en la ciencia médica, sino también en la
cultura fitness, la cirugía estética (no reconstructiva, sino plástica, es
decir, esa que los deja a todos como pez globo), donde el cuerpo es transformado
para ajustarse a las normas que dicta la moda circunstancial del momento,
abrazada por una sociedad cada vez más perezosa al momento de pensar.
El precitado proceso pretende
reducir el cuerpo a un objeto que debe ser vigilado (porque se expone en redes
sociales a la vista de todos) y perfeccionado (siempre en comparación con
prototipos o modelos a seguir que responden a pautas comerciales), lo que en
última instancia refleja un claro sometimiento el poder de modas comerciales
que terminan convirtiéndose en normas sociales.
Ahora bien, si presionamos un
poquito más el problema, podemos preguntar también ¿cómo se consigue, cómo se
logra que tantos cuerpos poco pensantes adhieran al culto precitado? Amigos
míos, nada nuevo hay bajo el sol: desde el psicoanálisis, Freud exploró el
concepto del narcisismo, sugiriendo que el amor excesivo por uno mismo y por la
propia imagen puede ser una manifestación de inseguridad y de deseos
insatisfechos.
En su obra "Introducción
al narcisismo", Freud afirmó que, "en su forma extrema, lleva a la
persona a tratar su propio cuerpo como un objeto de amor" (Freud, 1914).
Esto se traduce en la constante necesidad de modificar las apariencias físicas
para satisfacer una ilusoria y patética fantasía de perfección. Sin embargo,
esta búsqueda genera, indefectiblemente, una alienación, ya que el individuo
persigue una imagen de sí mismo que nunca podrá alcanzar plenamente, dado que
los estándares de belleza son volubles y siempre cambiantes.
Pero espere, no se vaya, yo sé
que no está de moda leer artículos "largos", pero créame que hay más.
Jacques Lacan profundizó su estudio en la alienación, producida por esta
obsesión conceptualizada como "la mirada del Otro", donde el
individuo se ve constantemente a través de los ojos de los demás: la imagen que
busca proyectar se convierte en un reflejo de lo que percibe como deseable para
los demás, en lugar de una expresión genuina de sí mismo.
En definitiva, queridos
lectores, el culto al cuerpo no es más que la punta del iceberg, porque el
problema real consiste en la necesidad innecesaria de reflejar un deseo de
aprobación externa y una búsqueda interminable de validación ante gente cuya
opinión nos debería importar poco y nada. Concluyo aquí, y pido disculpas por
la extensión: el culto al cuerpo y la obsesión con su estética reflejan una
cultura que privilegia cómo nos vemos por sobre lo que somos. Frente a esto, es
importante recordar que el valor de un ser humano no tiene nada que ver con la
conformidad con los ideales estéticos, sino en su capacidad de ser, pensar,
sentir y actuar con integridad y propósito. La pregunta esencial, entonces,
sería: "¿Y si, aparte de hacer trecking, probamos con pensar?".